Thursday, February 19, 2015

Vittorio Messori lanza tres sugerencias a todos los sacerdotes para que sus homilías no aburran: simplificar, personalizar, dramatizar

Veinticinco de los 288 apartados de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium están consagrados a las homilías, un signo de la importancia que el Papa Francisco concede a la predicación en misa. De hecho, el 10 de febrero la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos presentó un Directorio Homilético de 150 páginas, que había sido solicitado por el sínodo de 2008, dedicado al a Palabra de Dios, como orientación a los sacerdotes para aprovechar mejor los sermones en beneficio de los fieles.

Un liturgista y un periodista

A esta cuestión dedica también Vittorio Messori su contribución al libro de Nicola Bux Cómo ir a misa y no perder la fe (Stella Maris), de reciente aparición. Messori es autor de dos históricos libros-entrevista: en 1984, el decisivo Informe sobre la fe, con el entonces cardenal Joseph Ratzinger; y en 1994, el libro-entrevista a San Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza, el primero que se hacía a un Papa. Considerado el escritor católico más traducido del último medio siglo, la labor periodística y ensayística a la que se ha consagrado desde su conversión se ha centrado en una apologética directa, fundamentada y entretenida.

Messori añade a Cómo ir a misa y no perder la fe precisamente el capítulo sobre "El problema de la homilía", esto es, el estado de desconexión (o, peor aún, de incomprensión; o, peor aún, de irritación) en la que muchos fieles entran en cuanto el sacerdote empieza a hablar. No necesariamente la responsabilidad es del predicador, y por eso Messori se excusa admitiendo que es sólo un laico opinando de asunto ajeno. Pero también recuerda sus décadas de oficio "vendiendo palabras" como periodista y escritor... y ciertamente no le ha ido mal.

Tanto Nicola Bux como Vittorio Messori han defendido la hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI, que se plasma en este libro para los aspectos litúrgicos.

En realidad, sostiene, las bases de una buena homilía son las de cualquier comunicación, y las sintetiza en "tres verbos: simplificar, personalizar y dramatizar".

El consejo de Doña Margherita

Cuenta Messori que Don Bosco, sacerdote bastante culto, predicaba siempre con gran sencillez. Había "truco": cada una de sus homilías, tan celebradas, pasaba el filtro de Doña Margherita, su madre, que apenas tenía estudios. Lo que ella no entendía, lo cambiaba hasta que lo entendiese. La costumbre empezó en una ocasión en la que le dio a leer el texto, y la mujer le preguntó qué significaba la palabra "clavígero", con la que el santo designaba a San Pedro. "El que lleva las llaves", respondió el fundador salesiano. "¿Por qué, entonces, no lo llamas así?", replicó la mamma.

Simplificar no es sólo cuestión de lenguaje: también de método. Messori aconseja que el sacerdote reduzca a una ("una -y sólo una-") las ideas que quiere transmitir, a uno ("¡uno, sólo uno!") los argumentos que aborde.

Con todo, la simplificación no implica racionalizar el discurso y eliminar el misterio, que es inherente a la fe: "Las ideas claras y el lenguaje igualmente claro del predicador conviven, necesariamente, con lo inefable (es decir, con aquello que, por su esencia, no se puede expresar) y con el símbolo, instrumento privilegiado con el cual es posible por lo menos aludir a dichas realidades".

Contar historias y apuntar al adversario

Personalizar y dramatizar: contar historias, implicarse en ellas y convertirlas en escenario de un combate en el cual señalar el campo propio y el ajeno. En resumen: huir de la abstracción, que aleja al oyente de lo que se le está contando.

Messori aconseja arriesgarse a usar el "yo": "Los más eficaces de los anunciadores cristianos son quienes no han buscado ser «autores», sino hombres, testigos, a través precisamente de la temeridad de decir «yo»". Y cita el caso de obras clásicas como las Confesiones de San Agustín, los Pensamientos de Blaise Pascal o el Diario de Sören Kierkegaard.

Y ¿por qué dramatizar? Esto es, ¿por qué "proponer lo que se debe pensar, narrando (o mejor, mostrando) lo que se debe hacer", y además apuntar al adversario? Porque en el fondo del corazóln humano hay una necesidad "de antagonismo, de choque, de beligerancia". Hay que incitar al bien señalando el mal. Los partidos amistosos, subraya Messori, aburren.

Para enmarcar

En resumen, concluyen estas páginas finales de Cómo ir a misa y no perder la fe: "Querer comunicar sin simplificar puede confundir en lugar de iluminar; olvidarse de personalizar lleva a la insignificancia de ideas que resbalan por la roca y no van a lo profundo; sin dramatizar, se consigue un discurso que, a falta de adversario, ya no es humano; se afloja, provocando no la atención y la pasión, sino las miradas al reloj para ver si la predicación está ya a punto de acabar.

Fuente: religionenlibertad.com

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