Thursday, February 22, 2018

Sagrario en el centro de la Iglesia (que es la Casa de Dios), por el P. Santiago González


La Iglesia es la Casa de Dios, y no la “casa del pueblo” como se pretende desde una “eclesiología” inmanentista y horizontal. Sin embargo la praxis, cada vez más extendida, es que muchos Templos católicos se parecen cada vez más a edificios civiles porque el comportamiento de los que acuden no tiene el respeto (ni el cariño) debido a Jesús Sacramentado cuya presencia es Real en el Sagrario.

Así, vemos con tristeza como cada vez más se dan estos comportamientos en nuestras Iglesias:

– Se entra y no se saluda al Santísimo en el Sagrario
– Se forman conversaciones y corrillos antes de Misa
– No se cuida el vestido que debía ser propio en un recinto sagrado (sobre todo en estaciones de calor)
– Los teléfonos móviles suenan y….lo que es peor: se atienden y se conversa dentro del Templo
– Cuando la Misa acaba el corrillo se convierte en “clamor”……y se hace imposible rezar ni siquiera oraciones vocales
– Muchos fieles acuden a rezar ante imágenes del Señor, María, y Santos…..pero no saludan al Santísimo

Podrían darse más ejemplos…..pero estos cinco son representativos y suficientes, y seguro que son muy “familiares” a la mayoría de los lectores. Y ésto ¿porqué sucede?…..¿qué ha sucedido sobre todo en las últimas décadas para que se haya llegado a esta degradación que ya parece “normal”?

Pues habría, y hay, muchas respuestas. Respuestas sobre la falta de formación, a ausencia de la misma, la influencia del protestantismo en la Iglesia Católica, la secularización interna en el clero católico, la presión del ambiente en su reinante falta de educación….etc. Sí, son todas ciertas. Pero yo quiero señalar una causa que estimo muy directamente relacionada con que la Iglesia no sea asumida como “Casa de Dios”. Y esa causa es que, precisamente, HEMOS DESPLAZADO A DIOS DEL LUGAR PREFERENTE que es, sin duda, el Centro del Templo. Es decir: la causa de esta progresiva falta de respeto en la Iglesia, englobando a todas las señaladas, está en el desplazamiento del Sagrario hacia capillas laterales.

Cuando el Sagrario está en el centro de la nave, la evidencia de Dios presente realmente se hace, valga la redundancia, mucho más evidente. De ese modo cuando un fiel entra en la Iglesia se encuentra en seguida con el Sagrario y, o bien se santigua o se arrodilla (o ambas cosas) porque asume que acaba de entrar en la Casa de Dios.

Cuando desplazamos el Sagrario del centro a las capillas laterales, sucede que dentro del recinto hay como una “división” de zonas. Una zona “mayor” donde está en Sagrario (donde hay que mantener silencio y más respeto) y otra zona “menor” que es el resto del recinto donde ya se puede uno “relajar más”. Cuando el Sagrario está en el centro sucede lo contrario: la mayor parte del recinto impone silencio y respeto, y, si hay necesidad de hablar o de atender otra cosa, se buscan rincones alejados del Sagrario para hacerlo. Y es más lógico que en una Iglesia lo tenga más fácil quien vaya a rezar que quien vaya a charlar o simplemente no tenga devoción alguna.

En conclusión: el Sagrario en el centro manifiesta de la mejor forma posible que la Iglesia es la casa de Dios.

SOBRE EL AUTOR:  P. SANTIAGO GONZALEZ
Nacido en Sevilla, en 1968. Ordenado Sacerdote Diocesano en 2011. Vicario Parroquial de la de Santa María del Alcor (El Viso del Alcor) entre 2011 y 2014. Capellán del Hospital Virgen del Rocío (Sevilla) en 2014. Desde 2014 es Párroco de la del Dulce Nombre de María (Sevilla) y Cuasi-Párroco de la de Santa María (Dos Hermanas). Capellán voluntario de la Unidad de Madres de la Prisión de Sevilla. Fundador de "Adelante la Fe".

Thursday, February 15, 2018

El Papa explica el Credo y la Oración de los fieles en sus catequesis sobre la Eucaristía

En la Audiencia General que el Papa Francisco ha celebrado este miércoles en la Plaza de San Pedro ha proseguido con su catequesis sobre la Misa. En esta ocasión, se ha centrado en la oración del Credo y la Oración de los fieles.

Según explicó, el credo “manifiesta la respuesta común de la asamblea a todo lo que se ha escuchado de la Palabra de Dios. Existe un nexo vital entre la escucha y la fe. De hecho, ésta no nace de la fantasía de mentes humanas, sino que, como recuerda San Pablo, ‘viene de escuchar la Palabra de Cristo’. La fe se alimenta, por tanto, de la escucha, y conduce al Sacramento”.

Por todo ello, agregó Francisco, “el rezo del Credo hace que la asamblea litúrgica vuelva a meditar y a profesar los grandes misterios de la fe antes de la celebración eucarística”.

SOBRE EL CREDO

El vínculo con la liturgia de la Palabra

El Papa quiso destacar la existencia de un vínculo entre el Credo y la liturgia de la Palabra asegurando que “la escucha de las lecturas bíblicas, prolongadas en la homilía, responde al derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir con abundancia”.

“Cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con fervor por el diácono, el sacerdote o el obispo, se les está privando a los fieles de un derecho, porque los fieles tienen derecho a recibir la Palabra de Dios”, agregó.

También quiso explicar que el Credo “vincula la Eucaristía al Bautismo” recordando que “los Sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia: son ‘signos’ de la fe, la presuponen y la suscitan”.

Las "necesidades de la Iglesia y del mundo"

“Me agrada mencionar, el Credo, llamado ‘de los Apóstoles’, como el Símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, fórmula que se puede adoptar en la Misa, especialmente en Cuaresma y en el Tiempo Pascual, en el lugar del Credo niceno-constantinopolitano. En la misma fe recibida por los Apóstoles se aplica la fe de cada bautizado, cuya unión a Cristo se actualiza en la celebración Eucarística”, dijo el Papa a los presentes.

Tras reflexionar sobre el Credo, el Papa habló también sobre la Oración de los fieles: “La respuesta a la Palabra de Dios acogida con fe se expresa después en la súplica común denominada ‘Oración universal’, porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo”.

SOBRE LA ORACIÓN DE LAS OFRENDAS

“También se la denomina ‘Oración de los fieles’ –explicó–. De hecho, en los primeros siglos, después de la homilía, los catecúmenos abandonaban la iglesia, mientras los fieles, es decir, los bautizados, unían sus voces para suplicar juntos al Señor”.

Oración que los fieles elevan a Dios

El Papa también explicó que “los Padres del Concilio Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y de la homilía, especialmente en el domingo y en las fiestas, con el objetivo de que con la participación del pueblo se haga la oración por la Santa Iglesia, por aquellos que nos gobiernan, por aquellos que se encuentran en necesidad, por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo”.

“Tras las intenciones particulares, propuestas por un diácono o por un lector, la asamblea une su voz invocando: ‘Escúchanos, oh Señor’, o con una súplica similar. Esta es la oración que los fieles elevan a Dios, confiando en que serán escuchados en las peticiones que presentan, por el bien de todos, según su voluntad”.

Por el contrario, “aquellas pretensiones que responden a la lógica mundana, no suben al Cielo, al igual que tampoco son acogidas las peticiones de auto-referencialidad”.

El Pontífice finalizó la catequesis recordando que “las intenciones por las cuales se invita al pueblo fiel a rezar deben dar voz a necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando recurrir a fórmulas convencionales o miopes”.

Friday, February 9, 2018

Que los curas hagan homilías breves y preparadas... y que los feligreses lean la Biblia en casa


Muchos feligreses, en todos los países de Occidente, se quejan: las homilías son largas e insulsas. O incomprensibles. O irrelevantes. El Papa Francisco lo sabe y ha pedido que las homilías de los sacerdotes sean cortas y bien preparadas.

Pero también los feligreses tienen responsabilidades: si leyeran la Biblia en casa, si conocieran la Palabra de Dios, entenderían y aprovecharían más las lecturas en misa. Este fue el gran tema de la catequesis que predicó el Papa Francisco este miércoles en su audiencia pública.

Francisco explicó que al igual que “los misterios de Cristo iluminan la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio constituye la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos que lo preceden, sea del Antiguo o del Nuevo Testamento”.

El Papa recordó que su lectura “está reservada al ministro ordenado, que termina besando el libro”. “En estos signos la asamblea reconoce la presencia de Cristo que dirige la ‘buena noticia’ que convierte y transforma”.

“En la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo han sido las cosas, sino para tomar conciencia de aquello que Jesús ha hecho y ha dicho una vez, y Él continúa cumpliéndolo y diciéndolo ahora también para nosotros”.

Cristo se sirve de las homilías del sacerdote

En este sentido, recordó que “Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía”.

Francisco se detuvo en este punto y subrayó que “no es un discurso de circunstancia, ni una conferencia o una lección, sino un retomar el diálogo que ya era abierto entre el Señor y su pueblo para que encuentre cumplimiento en la vida”.

“Me decía un sacerdote una vez –contó el Papa– que fue a una ciudad donde vivían sus padres. Su padre le había dicho: ‘Estoy contento porque con mis amigos hemos encontrado una iglesia donde se hace la Misa sin homilía’. ¡Cuántas veces vemos que en las homilías algunos se duermen, otros hablan, o se van fuera a fumar un cigarrillo! Por esto, por favor, que sea breve, aunque sea preparada. ¿Y cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la palabra de Dios, haciendo una síntesis clara”.

Homilías breves y bien preparadas

Además, manifestó que “quien hace la homilía debe realizar bien su ministerio, ofreciendo un servicio real a todos aquellos que participan en la Misa, pero también a los que escuchan”.

“La responsabilidad de quien hace la homilía se conjuga con la posibilidad, de quien está en los bancos, de hacer presente, de modo oportuno, las expectativas que la comunidad siente”. “No se trata de acusar, sino de ayudar, esto sí”, dijo el Papa. “¿Quién puede ayudar a los fieles que le son cercanos?”.

Por último, recordó que “el conocimiento de la Biblia favorece mucho la participación a la liturgia de la Palabra” y esto significa que “quien no lee habitualmente el Evangelio tiene más dificultad en escuchar y comprender la lectura de la Misa”.

Hablando de nuevo del Evangelio, afirmó que “si nos ponemos en la escucha de la ‘buena noticia’ seremos convertidos y transformados, capaces entonces de cambiarnos a nosotros mismos y al mundo”. 

Cómo llevar tu hijo pequeño a misa y sobrevivir en ella

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Friday, February 2, 2018

La Liturgia de la Palabra, por el papa Francisco

El Papa ha continuado este miércoles con las catequesis que está realizando sobre la misa. En esta ocasión habló de la Liturgia de la Palabra que precede a la Eucaristía, “que es una parte constitutiva de la celebración Eucarística, en la que nos reunimos para escuchar lo que Dios ha hecho y quiere hacer por nosotros”.

Es una experiencia que sucede “en directo” y no por algo que nos dijeron, porque “cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura – precisó el Pontífice citando el numeral 29 de la Ordenación General del Misal Romano – Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio”.

"Él mismo nos habla"

“En la Liturgia de la Palabra las páginas de la Biblia dejan de ser un texto escrito para ser palabra viva de Dios. Él mismo nos habla y nosotros lo escuchamos poniendo en práctica lo que nos dice”, explicó el Santo Padre.

Por ello, afirmó el Santo Padre, hay necesidad de escuchar a Dios. De hecho, es una cuestión de vida, como bien lo recuerda la expresión que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

“En este sentido hablamos de la Liturgia de la Palabra como de una ‘mesa’ que el Señor dispone para alimentar nuestra vida espiritual, tanto con las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, como también del salmo responsorial”.

Francisco pidió pensar en la riqueza de las lecturas bíblicas que ofrecen los tres ciclos dominicales, que a la luz de los Evangelios sinópticos, acompañan al católico en el curso del año litúrgico. “Deseo aquí recordar la importancia del Salmo Responsorial – puntualizó el Papa – cuya función es de favorecer la meditación de lo que hemos escuchado en la lectura que lo precede. Es bueno que el Salmo – agregó – sea valorizado con el canto, al menos con el estribillo”.

La Palabra de Dios manifiesta y favorece la comunión eclesial

“La proclamación litúrgica de las lecturas, con las antífonas y cantos tomados de la Sagrada Escritura manifiestan y favorecen la comunión eclesial, y acompañan nuestro camino de fe. Hay que valorar la liturgia de la Palabra, formando lectores y creando un clima de silencio que favorezca la experiencia del diálogo entre Dios y la comunidad creyente”, agregó.

Por otro lado, destacó que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no perderse, como bien lo reconoce el Salmista que, dirigiéndose al Señor, confiesa: «Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino» (Sal 119, 105). ¿Cómo podremos afrontar nuestra peregrinación terrena – se pregunta el Pontífice – sin estar alimentados por la Palabra de Dios que resuena en la liturgia?

Saturday, January 13, 2018

El Papa explica los ritos introductorios de la Misa

El papa Francisco ha proseguido este miércoles con su catequesis sobre la Eucaristía donde explicó los signos de la misa y su importancia. La liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística son “un cuerpo único y no puede separarse”.

Para Francisco, “es necesario conocer estos signos santos para vivir plenamente la misa y saborear toda su belleza”.

Cuando el pueblo está reunido, explicó el Papa, la celebración se abre con los ritos introductorios, que comprenden:

• la entrada de los celebrantes o del celebrante
• el saludo: “El Señor esté con vosotros”, “La paz sea con vosotros”
• el acto penitencial: “Yo confieso”, donde pedimos perdón por nuestros pecados; el Señor, ten piedad
• el Gloria
• la oración de colecta: se llama “oración de colecta” no porque es la colecta de las intenciones de oración de todos los pueblos; y esa colecta de las intenciones de los pueblos sube al cielo como oración.

Su propósito, el de estos ritos de introducción, es "hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía." (Instrucción general del Misal Romano, 46).

No es una buena costumbre mirar el reloj y decir: “Llego a tiempo, llego después del sermón y así cumplo el precepto”. La misa empieza con la señal de la cruz, con estos ritos introductorios, porque allí empezamos a adorar a Dios como comunidad. Y por eso es importante prever no llegar con retraso, sino con adelanto, para preparar el corazón a este rito, a esta celebración de la comunidad”.

A continuación habló del saludo del presbítero al altar. “El altar es Cristo: es figura de Cristo. Cuando miramos al altar, miramos precisamente donde está Cristo. El altar es Cristo. Estos gestos, que corren el riesgo de pasar desapercibidos, son muy significativos, porque expresan desde el principio que la Misa es un encuentro de amor con Cristo”, indicó el Santo Padre.

Un recordatorio para enseñar a los niños

Posteriormente, pasó a explicar la señal de la Cruz. “El sacerdote que preside se persigna y lo mismo hacen todos los miembros de la asamblea, conscientes de que el acto litúrgico se cumple ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’”.

Y en este punto el Papa quiso profundizar para enfocarlo sobre todo en los niños: “¿Habéis visto como los niños se hacen la señal de la cruz? No saben lo que hacen: a veces hacen un dibujo, que no es la señal de la cruz. Por favor, mamá, papá, abuelos, enseñad a los niños desde el principio, desde cuando son pequeños, a hacerse bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener cómo protección la cruz de Jesús”.

Por ello, añadió que “persignándonos, por lo tanto, no sólo recordamos nuestro bautismo, sino que afirmamos que la oración litúrgica es el encuentro con Dios en Cristo Jesús, que por nosotros se encarnó, murió en la cruz y resucitó en gloria”.

Una sinfonía

Tras la señal de la cruz, el sacerdote dirige el saludo litúrgico: “Estamos entrando en una ‘sinfonía’ en el que resuenan varios tonos de voces, incluyendo tiempos de silencio, con el fin de crear el ‘acorde’ entre los participantes, es decir, reconocerse animados por un único Espíritu, y por un mismo fin”.

De este modo, el Papa añadió que esta “sinfonía” presente enseguida un momento muy conmovedor, “porque aquellos que presiden invitan a todos a reconocer sus propios pecados. Todos somos pecadores”. Y agregó que “no se trata solo de pensar en los pecados cometidos, sino mucho más: es la invitación a confesarse pecadores ante Dios y ante la comunidad, ante los hermanos, con humildad y sinceridad, como el publicano en el templo”.

El Papa lo dejó ahí y dijo que “vamos paso a paso en la explicación de la misa. Pero, por favor, enseñad a los niños a hacerse bien la señal de la cruz”.

¿Por qué ir a Misa el domingo? Catequesis del papa Francisco

Retomando el camino de catequesis sobre la Misa, hoy nos preguntamos: ¿POR QUÉ IR A MISA EL DOMINGO?

La celebración dominical de la Eucaristía está al centro de la vida de la Iglesia (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2177). Nosotros los cristianos vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor dicho para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, nutrirnos en su mesa, y así hacernos Iglesia, es decir, su Cuerpo místico viviente en el mundo.

Lo han comprendido, desde el primer momento, los discípulos de Jesús, los cuales han celebrado el encuentro eucarístico con el Señor en el día de la semana que los judíos llamaban "el primero de la semana" y los romanos "día del sol", porque ese día Jesús había resucitado de los muertos y se había aparecido a los discípulos, hablando con ellos, comiendo con ellos, donándoles a ellos el Espíritu Santo (Cfr. Mt 28,1; Mc 16,9.14; Lc 24,1.13; Jn 20,1.19).

Incluso la gran efusión del Espíritu en Pentecostés sucede el domingo, el quincuagésimo día después de la resurrección de Jesús. Por estas razones, el domingo es un día santo para nosotros, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y para nosotros. ¡Es la Misa, pues, lo que hace al domingo cristiano! El domingo cristiano gira alrededor de la Misa. ¿Qué domingo es, para un cristiano, aquel en el cual falta el encuentro con el Señor?

Existen comunidades cristianas que, lamentablemente, no pueden gozar de la Misa cada domingo; sin embargo ellas, en este santo día, están llamadas a recogerse en oración en el nombre del Señor, escuchando la Palabra de Dios y teniendo vivo el deseo de la Eucaristía.

Algunas sociedades secularizadas han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la Eucaristía. En este contexto es necesario reavivar esta conciencia para recuperar el significado de la fiesta –no perder el sentido de la fiesta–, el significado de la alegría, de la comunidad parroquial, de la solidaridad, del descanso que repone el alma y el cuerpo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2177-2188).

De todos estos valores nos es maestra la Eucaristía, domingo tras domingo. Por esto el Concilio Vaticano II ha querido reafirmar que «el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo» (Const. Sacrosanctum Concilium, 106).

La abstención dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es un aporte específico del cristianismo. Por tradición bíblica los judíos descansan el sábado, mientras en la sociedad romana no estaba previsto un día semanal de abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano del vivir como hijos y no como esclavos, animado por la Eucaristía, a hacer del domingo, casi universalmente, el día de descanso.

Sin Cristo somos condenados a ser dominados por el cansancio del cotidiano, con sus preocupaciones, y del temor del mañana. El encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza de vivir el hoy con confianza y valentía e ir adelante con esperanza. Por esto los cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo, en la celebración eucarística.

La Comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo en eterno, anticipa el domingo sin ocaso, cuando no existirá más fatiga ni dolor ni luto ni lágrimas, sino sólo la alegría de vivir plenamente y por siempre con el Señor. También de este beato descanso nos habla la Misa del domingo, enseñándonos, en el fluir de la semana, a encomendarnos en las manos del Padre que está en los cielos.

¿Qué cosa podemos responder a quien dice que no sirve ir a Misa, ni siquiera el domingo, porque lo importante es vivir bien, amar al prójimo?

Es verdad que la calidad de la vida cristiana se mide por la capacidad de amar, como ha dicho Jesús: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35); pero, ¿cómo podemos practicar el Evangelio sin tomar la energía necesaria para hacerlo, un domingo detrás del otro, de la fuente inagotable de la Eucaristía? No vamos a Misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él lo que de verdad tenemos necesidad. Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: «Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación» (Misal Romano, Prefacio Común IV).

En conclusión, ¿Por qué ir a Misa el domingo?

No es suficiente responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a cuidar el valor, pero esto sólo no es suficiente. Nosotros los cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles. Gracias.

Wednesday, January 10, 2018

El Papa explica el Gloria, la Oración Colecta y los silencios en la misa

El papa Francisco ha seguido explicando en la audiencia pública de este miércoles, como en semanas anteriores, distintas partes de la liturgia de la misa. En esta ocasión, dijo, “dedicamos la catequesis de hoy al canto del gloria y a la oración colecta que forman parte de los ritos introductorios de la Santa Misa”.

El himno del Gloria

El encuentro entre la miseria humana y la misericordia divina da vida a la gratitud expresada en el “Gloria”, un himno antiguo y venerable con el cual la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica y suplica a Dios Padre y al Cordero.

“El canto del gloria comienza con las palabras de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén y continúa con aclamaciones de alabanza y agradecimiento a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

Este canto, precisó el Papa, nos implica también a nosotros recogidos en oración: “Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz a los hombres de buena voluntad”.

"Oremos": el silencio en la oración colecta

“Después del Gloria viene la oración llamada colecta. Con la expresión ‘oremos’, señaló el Obispo de Roma, el sacerdote invita al pueblo a recogerse en un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y formular en su espíritu sus deseos”.

El silencio, puntualizó el papa Francisco, no se reduce a la ausencia de palabras, sino a disponerse a escuchar otras voces: aquellas de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo. “En la liturgia, la naturaleza del sagrado silencio depende del momento en el cual se realiza: ‘Durante el acto penitencial y después en la invitación a la oración, ayuda al recogimiento; después de la lectura u homilía, es una invitación a meditar brevemente lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y suplica’. Por lo tanto – dijo el Papa – antes de la oración inicial, el silencio ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar porque estamos ahí. Es esta la importancia de escuchar nuestro espíritu para abrirlo luego al Señor”.

Hacemos memoria y luego suplicamos

La oración colecta – precisó el Pontífice – está compuesta, primero, de una invocación del nombre de Dios, y en la que se hace memoria de lo que él ha hecho por nosotros, y en segundo lugar, de una súplica para que intervenga.

“El sacerdote recita esta oración con los brazos abiertos imitando a Cristo sobre el madero de la cruz. En Cristo crucificado reconocemos al sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable, es decir, el de la obediencia filial ”

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco recordó que, en el Rito Romano las oraciones son concisas pero ricas de significado. “Volver a meditar los textos, incluso fuera de la Misa, puede ayudarnos a aprender a dirigirnos a Dios, qué cosa pedir, qué palabras usar. Pueda la liturgia convertirse para todos nosotros en una verdadera escuela de oración”.

El Papa explica el sentido del acto penitencial


El Papa Francisco ha vuelto este miércoles a centrar su catequesis de la Audiencia General en la Eucaristía. De este modo,  habló del acto penitencial de la Misa. Sobre él, aseguró que éste “en su sobriedad, favorece la  actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los santos misterios, reconociendo ante Dios y los hermanos nuestros pecados”.

El Santo Padre recordó a los miles de fieles presentes en el Aula Pablo VI que “todos somos pecadores” recalcando que el que “es presuntuoso” es “incapaz de recibir perdón”.

De este modo, explicó, tal y como recoge Aciprensa, que “quien es consciente de las propias miserias y abaja los ojos con humildad, siente posarse sobre él la mirada misericordiosa de Dios”.

El motivo del acto penitencial

“Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer los errores y pedir excusa recibe la comprensión y el perdón de los otros”, dijo el Papa, que también añadió que “escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas” y están “guiadas por decisiones contrarias al Evangelio”.

Es por esto por lo que “al inicio de la Misa –dijo Francisco- hacemos de forma comunitaria el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en la primera persona del singular”. Cada uno “confiesa a Dios y a los hermanos que 'he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión'”.

El Papa se detuvo sobre esto último y dijo que a veces “nos sentimos buenos porque ‘no hemos hecho mal a ninguno’”. “En realidad, no basta con no hacer mal al prójimo, sino elegir hacer el bien aprovechando las oportunidades para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús”.

La absolución

“Las palabras que decimos con la boca son acompañadas del gesto de dar unos golpes en el pecho, reconociendo que he pecado por mi culpa, y no por la de los otros. Sucede a menudo que, por miedo o vergüenza, apuntamos con el dedo para acusar a los otros”, indicó.

El Santo Padre concluyó explicando que “después de esta confesión, suplicamos a la Virgen María, a los ángeles y a los santos que intercedan ante el Señor por nosotros. Su intercesión nos sostiene en nuestro camino hacia la plena comunión con Dios”.

“El acto penitencial concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental”, dijo en la catequesis.

«El Cuerpo de Cristo - Una reflexión sobre cómo recibir la comunión»

Carta pastoral: «El Cuerpo de Cristo
Una reflexión sobre cómo recibir la comunión»

1. Desde hace tiempo me ronda la idea de escribir una carta sobre cómo recibir, al comulgar, el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Es evidente que la Comunión hay que vivirla con la misma intensidad espiritual que la escucha de la Palabra de Dios o la Consagración. En cualquier momento de la celebración eucarística nuestra participación tiene que ser plena, consciente, activa y fructuosa.

Desde que estoy entre vosotros como vuestro Obispo tengo la impresión que, al menos en lo que yo percibo, en general es muy bueno el modo con que se participa en la Eucaristía en nuestras comunidades. Son muchos los gestos y las actitudes que tengo la oportunidad de observar, como la actitud de escucha, el silencio y, de un modo especial, el sentido de adoración que se manifiesta en el momento de la Consagración. Entonces, una mayoría de fieles se hincan de rodillas ante el Santísimo Sacramento.

Sin embargo, tengo que decir que me disgusta cómo algunos se acercan a comulgar y cómo vuelven a sus asientos, los que han recibido el Cuerpo del Señor. No sé que sucede, pero, llegado ese momento de la Comunión, hay una especie de desconcierto en el Templo, con lo que se da la impresión de que algunos de los presentes no son conscientes de lo que está sucediendo en ellos, para ellos y también para todos los que participan en la Misa. Parece que se olvidan de lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1Co 12,13)».

2. En lo que se refiere al modo de comulgar, sin que me atreva a juzgar las actitudes interiores, en el modo de poner sus manos o su boca se refleja que aparentemente no valoran adecuadamente la presencia real y sacramental de Jesús en el Pan Eucarístico. No siempre en las manos que reciben al Señor se percibe aquello de que «la mano izquierda ha de ser un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey», como dijo San Juan Crisóstomo. Entiendo que había que educar con cierta frecuencia, sobre cómo se ha de recibir el Cuerpo de Cristo. Es evidente que lo que importan son las actitudes espirituales que adoptamos; pero las formas son también importantes y hay que orientarlas; sobre todo cuando perciben hábitos muy poco correctos y además da la impresión de que muy arraigados. Para tratar al Señor hemos de poner lo mejor de nosotros mismos.

Quizá, para educar el modo de comulgar, bastaría con que participáramos adecuadamente en los ritos de preparación. Como se puede observar, el sacerdote se prepara interiormente con una oración íntima que ya es una invitación a toda la asamblea a ponerse en actitud de espera del Cuerpo y la Sangre del Señor que se va a recibir. La actitud que habría que cuidar en la preparación para comulgar debería de ser la gratitud por el don que el Señor nos regala; es Él quien viene a nosotros. Y con la gratitud el deseo profundo de recibirlo en nuestra vida.

3. Una vez que el sacerdote comulga, enseguida invita a los fieles a participar en el banquete eucarístico con una fórmula que es anuncio de una buena noticia: se nos invita a participar en las bodas del Cordero, a pregustar en la comunión la vida eterna. Por eso nos dice: «dichosos los invitados a la cena del Señor». Al comer el Cordero Pascual, éste entra en nosotros en un acto de amor y nos hace uno con Él, al tiempo que nos une entre nosotros como Iglesia. De ahí que cuando el sacerdote al darnos la comunión nos dice «el Cuerpo de Cristo», nosotros respondemos «amén», le estamos diciendo: «Si quiero, acepto, deseo que unas tu vida a la mía». Jesús transforma nuestra pequeña y débil vida en su misma vida divina. Es por eso que, ante la presentación del Pan Eucarístico como el Cordero de Dios, nosotros respondemos con una profunda humildad: «Señor, yo no soy digno de que entes en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme». Todo esto es evidentemente tan sublime que, o se toma en serio o corremos el peligro de banalizar lo que, por gracia de Dios, enriquece y renueve nuestra vida.

4. Después de comulgar hay que encontrarse con Jesús en intimidad, por eso, es imprescindible el silencio que nos permita un diálogo con él. Ese momento es la gran oportunidad para un encuentro que fortalezca nuestra fe, nos arraigue en la oración y nos oriente en nuestra misión, la que hemos de realizar tras alimentarnos de la Eucaristía. Sin embargo, por el tono revoltoso o distraído que se nota en el ambiente, es evidente que eso en algunos casos no está sucediendo. A veces, da la impresión de que en la comunión empieza a acabarse la Misa y de que ya no sucede nada para muchos. Yo propongo que se eduque con unas buenas catequesis mistagógicas a cómo encontrarse con el Señor tras comulgar. Es importante que se recuerde que es tiempo de rezar; y para eso se pueden indicar algunos argumentos sobre los que hablar con el Señor y algunas oraciones que nos podrían ayudar en ese dialogo con Jesús Eucaristía.

Normalmente en la liturgia ese tiempo de después de la Comunión es de silencio meditativo, que además debería ser más prolongado de lo que lo hacemos. El silencio no es incompatible con el canto; sin embargo, no siempre los coros colaboran al clima de adoración y contemplación que se necesita. Se puede cantar durante la Comunión y en la acción de gracias, pero no hay que evitar algunos hábitos ya adquiridos: no hay que tener prisa en comenzar el canto, tampoco es necesarios estar cantando durante todo el tiempo de distribución de la comunión y, por supuesto, no siempre hay que cantar en la meditación de acción de gracias. Si se canta, los cantos tanto en el tono de la música y, sobre todo, en la letra han de invitar a la oración. Todas las canciones de la Comunión deberían de ser eucarísticas y orantes. El ritmo o la letra de algunas rompe con demasiada frecuencia el tono espiritual que ese momento debe de tener y alteran la necesidad de oración que tiene la asamblea.

5. Ni que decir tiene que hasta ahora me he dirigido sobre todo a los que comulgan; pero hay muchos que participan en la Eucaristía y no pueden comulgar, o bien porque no están bien dispuestos, es decir, porque necesitándolo no se han confesado; o bien porque sus circunstancias personales, aunque lo deseen, no les permite acercarse a recibir la Comunión. Para estos el tono espiritual ha de ser el mismo que para los que comulgan; también ese momento de la celebración de Eucaristía es tiempo de oración y de intimidad con Jesús Sacramentado, si bien su comunión es «spiritual». Por eso es tan necesario que los que comulgan den ejemplo de lo maravilloso e importante que es recibir a Jesús sacramentalmente. ¿Cómo van a desear recibirle los que no pueden, si los que comulgan le tratan con tanto descuido? ¿Cómo van a tener pudor de recibirle los que no pueden, si los que los lo hacen se acercan a comulgar tan a la ligera? Comulgar espiritualmente significa unirse a Jesucristo presente en la Eucaristía, aunque no recibiéndolo sacramentalmente, sino con un deseo que proviene de una fe animada por la caridad.

6. Como veis, he utilizado un tono sencillo y espero que claro para intentar orientar mejor lo que deberíamos hacer y cómo hacerlo. Me gustaría que todos os quedéis con esto: cuidemos con mucho esmero la comunión, nos va mucho en cada oportunidad que tengamos de recibir a Jesús: nos va la fortaleza, la autenticidad, la radicalidad de todos los demás aspectos de nuestra vida cristiana. Los santos siempre entendieron que todos hemos de recorrer un camino: de la Eucaristía a los pobres y de los pobres a la Eucaristía (Beata Matilde del Sagrado Corazón).

Con mi afecto y bendición.

+ Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Jaén

¿Se puede celebrar misa en casa?

Excepcionalmente y con estas condiciones

La Iglesia debe vigilar para no tratar la misa con frivolidad ni con superficialidad. Por esto “para la celebración de la Eucaristía el pueblo de Dios se congrega generalmente en la iglesia”, dice la Instrucción General del misal Romano, 288); y no en cualquier iglesia sino en una que esté solemnemente dedicada o al menos bendecida (IGMR, 290).

Visto lo anterior en términos generales la Iglesia prohíbe la celebración de la misa fuera de los lugares sagrados; por tanto quedan excluidos, por ejemplo, las “capillitas” privadas, el jardín de un chalet, los hoteles, las calles, etc. A propósito de las capillitas privadas, a éstas tampoco se les puede considerar como oratorios ni, menos aún, como ermitas, sobre todo si se construyen sin autorización eclesiástica.

Celebrar la misa en una casa, fuera del motivo que se presenta más adelante, implica conceder esta misma posibilidad a todas las demás casas. Y como es obvio sería imposible complacer a todas las familias que quisieran la misa en su casa.

De manera pues que lo ideal, lo normal y lo que conviene es celebrar siempre la misa en un lugar erigido para esa finalidad (Canon 932): templo parroquial, oratorio, ermita, santuario, etc.; “a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa” (Canon 932, 1). Y “de la necesidad del caso juzgará, habitualmente, el obispo diocesano para su diócesis” (Redemptionis Sacramentum, 108).

El sacerdote, diocesano o consagrado, antes de celebrar una misa fuera de los lugares sagrados, cuando haya una seria necesidad pastoral tendrá que solicitar el debido permiso del obispo por escrito. La norma es clara: celebrar fuera de los lugares establecidos depende de la interpretación de la necesidad que haga el ordinario del lugar para su diócesis.

La Iglesia, como ya hemos visto, contempla la posibilidad, “en un caso particular” o, lo que es lo mismo, por necesidad y justa causa, de permitir la celebración de la misa de manera muy “excepcional”, fuera de los lugares sagrados antes mencionados.

La expresión ‘EN UN CASO PARTICULAR’ impide la celebración ordinaria y generalizada de la misa en lugares no establecidos para este fin. Uno de estos lugares donde se puede muy excepcionalmente celebrar la misa son las casas de familia; y la misa se puede celebrar pero teniendo siempre en cuenta las orientaciones emanadas por la autoridad eclesiástica.

Y para esto hay que tener en cuenta algunas condiciones:

1.- Se permite la misa solamente donde haya un enfermo en estado muy grave. En este caso la misa debe celebrarla el párroco o su vicario o un sacerdote delegado por él y por escrito. Autorización escrita que también debe tener todo sacerdote aunque sea pariente o amigo cercano del enfermo; en este caso es muy conveniente que a los fieles que participan de la misa se les dé a conocer la autorización del párroco. La misa debe incluir la administración de la unción de los enfermos. Y la misa debe estar abierta a la comunidad eclesial, pues la misa no debe ser privada en el sentido estricto de la palabra.

2.- La misa se debe celebrar en un sitio de la casa que sea decoroso y honesto; en un lugar ‘digno’ dice el canon 932. La mesa tiene que estar en condiciones y que no tenga relación con usos que puedan inducir al escándalo. Puede celebrarse la misa en una mesa apropiada pero siempre con un mantel litúrgico, no con el mantel de la casa aunque esté limpio.

3.- Fuera del caso de un enfermo grave o muy grave, el párroco deberá establecer si es absoluta y realmente necesario usar una casa para la celebración de la misa. Por ejemplo, si hubiera una iglesia o un oratorio cercanos nada podría justificar el uso de otros lugares.

4.- El sacerdote mayor o el sacerdote enfermo que no se puede mover de casa puede celebrar la misa en su casa.

5.- En tierra de misión donde no hay ninguna iglesia o ermita y oratorio aprobado; e, incluso, para proteger los fieles de las inclemencias del clima.

Autor: Henry Vargas Holguín