Friday, December 5, 2014

Menos palabras y más y mejores signos, por el P. Jorge González Guadalix

Me encuentro con gente que me sugiere que en algunas celebraciones, especialmente en las muy especiales o en aquellas que se da una mayor abundancia de niños, tengamos en la parroquia una especie de monitor – comentarista que vaya explicando los gestos, los signos, las partes de la celebración.

Error. Grave error. Sobre todo porque en la práctica supone minusvalorar los gestos para sustituirlos por palabrería no siempre adecuada. Un ejemplo puede ser la misma lectura del evangelio. El monitor – comentarista puede decir que es importante, que es la palabra del mismo Cristo, que hay que estar atentos. Vale. Pero impresiona mucho más y habla mejor de lo que es el evangelio que el sacerdote haga la procesión de entrada con el evangeliario en alto, lo deposite en el altar, y en el momento de la proclamación lo tome de nuevo, camine solemnemente hacia el ambón y además se haga acompañar por dos con ciriales. Hasta el budista más despistado se da cuenta de que lo que se va a leer es algo muy serio.

No digamos nada la consagración. Las palabras pronunciadas con solemnidad, cirios, campanillas, la elevación pausada, la genuflexión devota. ¿Hacen falta más palabras? Habla más de la presencia del Señor una genuflexión correcta ante el sagrario que cuatro frases por bien construidas que estén.

La liturgia es un conjunto de signos y palabras, pero hay que tener en cuenta que siempre, pero siempre, los gestos son más sinceros y elocuentes que las palabras. De nada me vale hablar de la importancia del evangelio si acabo leyéndolo de cualquier modo y en una fotocopia. Pérdida de tiempo querer destacar la consagración si la hacemos a toda prisa porque nos hemos alargado en la homilía y en la procesión de ofrendas y hay que ahorrar tiempo. Buena gana pretender que alguien comprenda quién está en el sagrario por más que lo queremos explicar con palabras, si pasamos por delante y hacemos como mucho una genuflexión apresurada.

La liturgia es mucho más gesto que palabra. Sí, era en latín, pero cuando el monaguillo colocaba una vela más sobre el altar, se arrodillaba y tocaba la campanilla todos podían comprender que algo grande estaba sucediendo, aunque no supiera ni papa de liturgia católica.

Curiosamente, de ahí vendrán las preguntas y las interesantes respuestas. ¿Por qué ese libro es tan importante? ¿Por qué todos se arrodillan en ese momento y se toca la campanilla? ¿Por qué al pasar por delante de esa caja se arrodillan? No hace falta ser católico. El más perdido en temas de liturgia se da cuenta de que algo especial está ocurriendo.

Por la cosa de la sencillez se abandonan los gestos. Los sustituimos por cuatro palabrejas de coleguis creyendo que esa es la clave. El resultado son unas celebraciones cada vez menos religiosas, más intrascendentes en el pleno sentido de la palabra, es decir, con menos Dios. Mala cosa.

No es tan complejo. Altares perfectos en limpieza y orden. Vestiduras sagradas dignas. Gestos pausados y solemnes. Saber proclamar los textos dándonos cuenta de que hasta el tono es distinto en el gloria o el prefacio –alabanza-, la consagración, solemne y a la vez intimista, que no es igual proclamar el evangelio que leer dos avisos. Inclinaciones, genuflexión, actitud de silencio… y la liturgia va sola. Y al revés. Qué más da el altar, qué más da el leccionario, y los ornamentos, y los gestos… y… y nada. Todo es nada.

Fuente: infocatolica.com

Misas con niños. Me dan un repelús..., por el P. Jorge González Guadalix

He escrito alguna vez más sobre las llamadas misas con niños. He de insistir en que me dan un cierto repelús y por ser discreto. Mi experiencia me hace comprobar que lo que en lenguaje vulgar se llama en las parroquias misa con niños o misas de familias suele ser en el mejor de los casos una celebración mucho más que discutible. Las razones, varias.

La primera, una mala forma de entender que sea eso de la “participación”. Una misa no es más participada porque en ella consigamos que más niños hagan más cosas, lo que por otra parte no deja de ser a veces un tostón. Ya saben, eso de cinco niños para las lecturas, ocho para las preces, siete para que traigan las ofrendas, cuatro para dar gracias. Muy mono, pero los niños no responden al sacerdote, los adultos casi tampoco, canta el coro y poco más, no hay manera de conseguir cinco segundos de silencio. Es decir, los niños hacen cosas, pero de participación en la eucaristía más bien nada.

Seguimos por una necesidad imperiosa de hacer las misas “entretenidas”. Eso de que la misa es una fiesta muy alegre y por eso no es misa si no se dan palmas, se grita y se convierte el rito de la paz en una efusión de besos y abrazos.

Continuamos por el peligro de olvidar a los adultos que están ahí y que se encuentran con una celebración que no les dice nada, aunque es entretenida.

Proseguimos con la necesidad del sacerdote de ser simpático y campechano a costa de los que sea, aunque lo que sea consista en eliminar gestos, rúbricas, palabras o detalles. Todo sea por la supuesta cercanía.

No se olviden de las continuadas morcillas explicando cosas, y que suponen una ruptura constante del ritmo celebrativo.

Las misas con niños, con adultos, jóvenes, nonagenarios, registradores de la propiedad, asociaciones de viudas o percebeiros, son misas y punto. Eso sí, pidiendo a Dios que bendiga especialmente a sus hijos percebeiros para que no se les lleve por delante una ola traicionera.

Uno de los problemas “gordos” de estas misas es que los papás y bastantes catequistas conocen de la liturgia de la iglesia más bien nada, y entonces ponen el acento en cosas tan fundamentales como “a los niños les gusta”, “las familias están contentas”, “lo han hecho muy bien”. Vamos, lo mismo que si hubieran representado “El gato con botas” o acabaran de llegar del parque de atracciones.

Me encantaría poder escuchar un día cosas como que en esas misas los papás se han reencontrado con Jesucristo, que los niños se han emocionado ante Cristo presente en la Eucaristía, que viven de tal forma la celebración que incluso van a la parroquia a misa algún día de diario y por supuesto jamás han vuelto a faltar a la celebración dominical sea octubre, marzo, mayo o agosto y en la playa.

En fin, cosas mías, sueños míos.

Fuente: infocatolica.com

Thursday, December 4, 2014

¿Por qué el lavabo se llama lavabo?, por Juanjo Romero


Que una «pila con grifos y otros accesorios que se utiliza para lavarse» o una «mesa, comúnmente de mármol, con jofaina y demás recado para el mismo uso», deriven del verbo lavar parece lo más normal. Incluso la extensión del término al «cuarto dispuesto para el aseo personal».

Lo extraño es que derive, como señala el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, de la primera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo de la forma latina: lavabo (lavaré, para los de ciencias profundas). Porque lo normal habría sido lavadero/lavatorio o lavador (que sí existen, aunque no con esa acepción), como por ejemplo comedor de comer, o dormitorio de dormir.

Y es que la cultura de las Españas, lengua incluida, es ininteligible sin el catolicismo. La palabra lavabo proviene del rito en el que el sacerdote se lava las manos, bien después de depositar en el altar la patena y el cáliz, bien después de la incensación. Un rito que por cierto es obligatorio, y en el que sacerdote «expresa el deseo de purificación interior» y reza el Salmo 26 [25], 6-12:

Lavabo inter innocentes manus meas
et circumdabo altare tuum, Domine…

Lavaré mis manos entre los inocentes
y rodearé tu altar, Señor….[1]

El filólogo J. Corominas fecha el uso del término lavabo a finales del XVIII. A mí me impresiona cómo debían vivir la Santa Misa nuestros hermanos en esa época, hasta qué punto era «centro y raíz de vida», como para terminar designando por metonimia un objeto cotidiano de ese modo.

Notas

[1] Según el Misal de San Pío V y también en el Misal vigente de San Juan XXIII de 1962, con el que se celebra según la Forma Extraordinaria. En la actualidad, se ha sustituido el Salmo 26 por el versículo 2 del Salmo 50

Fuente: infocatolica.com