He escrito alguna vez más sobre las llamadas misas con niños. He de insistir en que me dan un cierto repelús y por ser discreto. Mi experiencia me hace comprobar que lo que en lenguaje vulgar se llama en las parroquias misa con niños o misas de familias suele ser en el mejor de los casos una celebración mucho más que discutible. Las razones, varias.
La primera, una mala forma de entender que sea eso de la “participación”. Una misa no es más participada porque en ella consigamos que más niños hagan más cosas, lo que por otra parte no deja de ser a veces un tostón. Ya saben, eso de cinco niños para las lecturas, ocho para las preces, siete para que traigan las ofrendas, cuatro para dar gracias. Muy mono, pero los niños no responden al sacerdote, los adultos casi tampoco, canta el coro y poco más, no hay manera de conseguir cinco segundos de silencio. Es decir, los niños hacen cosas, pero de participación en la eucaristía más bien nada.
Seguimos por una necesidad imperiosa de hacer las misas “entretenidas”. Eso de que la misa es una fiesta muy alegre y por eso no es misa si no se dan palmas, se grita y se convierte el rito de la paz en una efusión de besos y abrazos.
Continuamos por el peligro de olvidar a los adultos que están ahí y que se encuentran con una celebración que no les dice nada, aunque es entretenida.
Proseguimos con la necesidad del sacerdote de ser simpático y campechano a costa de los que sea, aunque lo que sea consista en eliminar gestos, rúbricas, palabras o detalles. Todo sea por la supuesta cercanía.
No se olviden de las continuadas morcillas explicando cosas, y que suponen una ruptura constante del ritmo celebrativo.
Las misas con niños, con adultos, jóvenes, nonagenarios, registradores de la propiedad, asociaciones de viudas o percebeiros, son misas y punto. Eso sí, pidiendo a Dios que bendiga especialmente a sus hijos percebeiros para que no se les lleve por delante una ola traicionera.
Uno de los problemas “gordos” de estas misas es que los papás y bastantes catequistas conocen de la liturgia de la iglesia más bien nada, y entonces ponen el acento en cosas tan fundamentales como “a los niños les gusta”, “las familias están contentas”, “lo han hecho muy bien”. Vamos, lo mismo que si hubieran representado “El gato con botas” o acabaran de llegar del parque de atracciones.
Me encantaría poder escuchar un día cosas como que en esas misas los papás se han reencontrado con Jesucristo, que los niños se han emocionado ante Cristo presente en la Eucaristía, que viven de tal forma la celebración que incluso van a la parroquia a misa algún día de diario y por supuesto jamás han vuelto a faltar a la celebración dominical sea octubre, marzo, mayo o agosto y en la playa.
En fin, cosas mías, sueños míos.
Fuente: infocatolica.com
La primera, una mala forma de entender que sea eso de la “participación”. Una misa no es más participada porque en ella consigamos que más niños hagan más cosas, lo que por otra parte no deja de ser a veces un tostón. Ya saben, eso de cinco niños para las lecturas, ocho para las preces, siete para que traigan las ofrendas, cuatro para dar gracias. Muy mono, pero los niños no responden al sacerdote, los adultos casi tampoco, canta el coro y poco más, no hay manera de conseguir cinco segundos de silencio. Es decir, los niños hacen cosas, pero de participación en la eucaristía más bien nada.
Seguimos por una necesidad imperiosa de hacer las misas “entretenidas”. Eso de que la misa es una fiesta muy alegre y por eso no es misa si no se dan palmas, se grita y se convierte el rito de la paz en una efusión de besos y abrazos.
Continuamos por el peligro de olvidar a los adultos que están ahí y que se encuentran con una celebración que no les dice nada, aunque es entretenida.
Proseguimos con la necesidad del sacerdote de ser simpático y campechano a costa de los que sea, aunque lo que sea consista en eliminar gestos, rúbricas, palabras o detalles. Todo sea por la supuesta cercanía.
No se olviden de las continuadas morcillas explicando cosas, y que suponen una ruptura constante del ritmo celebrativo.
Las misas con niños, con adultos, jóvenes, nonagenarios, registradores de la propiedad, asociaciones de viudas o percebeiros, son misas y punto. Eso sí, pidiendo a Dios que bendiga especialmente a sus hijos percebeiros para que no se les lleve por delante una ola traicionera.
Uno de los problemas “gordos” de estas misas es que los papás y bastantes catequistas conocen de la liturgia de la iglesia más bien nada, y entonces ponen el acento en cosas tan fundamentales como “a los niños les gusta”, “las familias están contentas”, “lo han hecho muy bien”. Vamos, lo mismo que si hubieran representado “El gato con botas” o acabaran de llegar del parque de atracciones.
Me encantaría poder escuchar un día cosas como que en esas misas los papás se han reencontrado con Jesucristo, que los niños se han emocionado ante Cristo presente en la Eucaristía, que viven de tal forma la celebración que incluso van a la parroquia a misa algún día de diario y por supuesto jamás han vuelto a faltar a la celebración dominical sea octubre, marzo, mayo o agosto y en la playa.
En fin, cosas mías, sueños míos.
Fuente: infocatolica.com
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