La Introducción al Leccionario de la Misa destaca el valor del salmo responsorial en la Misa, su canto, su valor espiritual y catequético, así como la imposibilidad de sustituirlo por cualquier otro canto.
El salmo, en la liturgia de la Palabra, provoca la respuesta de fe y el asentimiento al diálogo de salvación que Dios realiza en la acción litúrgica. Va en relación con el contenido de la primera lectura, o con el sentido general del tiempo: salmos mesiánicos en Navidad (“Cantad al Señor un cántico nuevo…”) o salmo pascual 117 a lo largo de la cincuentena pascual (“La piedra que desecharon los arquitectos…”).
Una mala praxis ha arrinconado el canto del salmo, incluso en coros y corales en las grandes solemnidades, recitándolo simplemente con lo que se reduce a ser una lectura más con menos resonancia poética y espiritual. Es curioso que coros parroquiales o corales para grandes días canten todo (hasta lo que no hay que cantar, como el inexistente “Canto de paz”, y se olviden o ignoren siempre el salmo).
Otra praxis, aún más grave, prefiere cantar cualquier otro canto con tal de cantar algo: ¿se puede sustituir acaso la Palabra de Dios inspirada por una palabra humana?
Una gran ayuda es el “Libro del salmista” que el Secretariado Nacional de Liturgia en España publicó hace años, con la musicalización de todos los salmos responsoriales y sus respuestas, y que debiera ser un referente para la liturgia eucarística dominical cuando el coro prepara o ensaya los cantos. Y, si no hubiere salmista para cantar él solo las estrofas desde el ambón, al menos que se cante la respuesta cada domingo.
Siempre ha formado parte integrante de la liturgia de la Palabra; y lo ha sido de forma sencilla: el cantor entonaba un verso o antífona que luego repetían todos los fieles, y así contestaban a cada estrofa. Es el “gradual”, como antes lo llamaba la liturgia romana, porque se cantaba desde las gradas o escalones del ambón.
Tanto fue el aprecio de la Iglesia por el salmo que se cantaba en la liturgia que los Padres de la Iglesia predicaban muchísimas veces al pueblo partiendo del salmo que se había cantado o comentando incluso el mismo salmo, versículo a versículo. Así tenemos comentarios a los salmos de S. Hilario de Poitiers, una serie de Orígenes, una carta-tratado de S. Atanasio para interpretar los salmos, una colección de homilías de S. Juan Crisóstomo, o las magníficas “Enarrationes” sobre los salmos del gran san Agustín.
Recordemos lo que prescribe la Ordenación del Leccionario de la Misa:
“El salmo responsorial, llamado también gradual, dado que es “una parte integrante de la liturgia de la palabra”, tiene gran importancia litúrgica y pastoral. Por eso hay que instruir constantemente a los fieles sobre el modo de escuchar la palabra de Dios que nos habla en los salmos y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto “se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna”. También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el por qué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su relación con las lecturas.
El salmo responsorial ordinariamente ha de cantarse. Hay dos formas de cantar el salmo después de la primera lectura: la forma responsorial y la forma directa. En la forma responsorial, que se ha de preferir en cuanto sea posible, el salmista o el cantor del salmo, canta la estrofa del salmo, y toda la asamblea participa cantando la respuesta. En la forma directa, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, y la asamblea escucha, o bien el salmista y los fieles juntos.
El canto del salmo o de la sola respuesta contribuye mucho a comprender el sentido espiritual del salmo y a meditarlo profundamente. En cada cultura debe utilizarse todo aquello que pueda favorecer el canto de la asamblea, y en especial las facultades previstas en la Ordenación de las Lecturas de la Misa referentes a las respuestas para cada tiempo litúrgico.
El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, ha de recitarse en la forma más adecuada para la meditación de la palabra de Dios. El salmo responsorial se canta o se recita por un salmista o por un cantor desde el ambón” (OLM 19-22).
Desde que leí esta afirmación de san Juan Crisóstomo no la he podido olvidar por lo gráfica e impactante que es refiriéndose al estribillo del salmo responsorial:
"Yo os exhorto a no salir de aquí con las manos vacías, sino a recoger las respuestas como perlas, para que las guardéis siempre, las meditéis y las cantéis a vuestros hijos” (Com. Sal 41).
Esta frase sirve bien de resumen y acicate para que recuperemos el salmo responsorial en nuestra liturgia.
Resumiendo en algunos puntos lo expuesto:
Participar activa, consciente, plenamente es hacer propio, asimilar e interiorizar las oraciones litúrgicas, las lecturas, el salmo. Es lo que ofrecía el Crisóstomo a su pueblo: tomar la antífona del salmo responsorial como “bastón de viaje” que lo acompañara siempre después del Oficio. La participación litúrgica es orar con los textos que el sacerdote pronuncia, interiorizar las lecturas bíblicas en las que Dios sigue hablando a su pueblo, dejarse empapar por el estilo y el contenido de los textos que se proclaman, se rezan o se cantan en la divina Liturgia.
¡Y cuántas cosas más se podrían añadir…!
Empecemos -¡atención los coros parroquiales!- a cantar el salmo responsorial. Y todos a vivir una sincera espiritualidad litúrgica.
Autor: P. Javier Sánchez Martínez
El salmo, en la liturgia de la Palabra, provoca la respuesta de fe y el asentimiento al diálogo de salvación que Dios realiza en la acción litúrgica. Va en relación con el contenido de la primera lectura, o con el sentido general del tiempo: salmos mesiánicos en Navidad (“Cantad al Señor un cántico nuevo…”) o salmo pascual 117 a lo largo de la cincuentena pascual (“La piedra que desecharon los arquitectos…”).
Una mala praxis ha arrinconado el canto del salmo, incluso en coros y corales en las grandes solemnidades, recitándolo simplemente con lo que se reduce a ser una lectura más con menos resonancia poética y espiritual. Es curioso que coros parroquiales o corales para grandes días canten todo (hasta lo que no hay que cantar, como el inexistente “Canto de paz”, y se olviden o ignoren siempre el salmo).
Otra praxis, aún más grave, prefiere cantar cualquier otro canto con tal de cantar algo: ¿se puede sustituir acaso la Palabra de Dios inspirada por una palabra humana?
Una gran ayuda es el “Libro del salmista” que el Secretariado Nacional de Liturgia en España publicó hace años, con la musicalización de todos los salmos responsoriales y sus respuestas, y que debiera ser un referente para la liturgia eucarística dominical cuando el coro prepara o ensaya los cantos. Y, si no hubiere salmista para cantar él solo las estrofas desde el ambón, al menos que se cante la respuesta cada domingo.
Siempre ha formado parte integrante de la liturgia de la Palabra; y lo ha sido de forma sencilla: el cantor entonaba un verso o antífona que luego repetían todos los fieles, y así contestaban a cada estrofa. Es el “gradual”, como antes lo llamaba la liturgia romana, porque se cantaba desde las gradas o escalones del ambón.
Tanto fue el aprecio de la Iglesia por el salmo que se cantaba en la liturgia que los Padres de la Iglesia predicaban muchísimas veces al pueblo partiendo del salmo que se había cantado o comentando incluso el mismo salmo, versículo a versículo. Así tenemos comentarios a los salmos de S. Hilario de Poitiers, una serie de Orígenes, una carta-tratado de S. Atanasio para interpretar los salmos, una colección de homilías de S. Juan Crisóstomo, o las magníficas “Enarrationes” sobre los salmos del gran san Agustín.
Recordemos lo que prescribe la Ordenación del Leccionario de la Misa:
“El salmo responsorial, llamado también gradual, dado que es “una parte integrante de la liturgia de la palabra”, tiene gran importancia litúrgica y pastoral. Por eso hay que instruir constantemente a los fieles sobre el modo de escuchar la palabra de Dios que nos habla en los salmos y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto “se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna”. También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el por qué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su relación con las lecturas.
El salmo responsorial ordinariamente ha de cantarse. Hay dos formas de cantar el salmo después de la primera lectura: la forma responsorial y la forma directa. En la forma responsorial, que se ha de preferir en cuanto sea posible, el salmista o el cantor del salmo, canta la estrofa del salmo, y toda la asamblea participa cantando la respuesta. En la forma directa, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, y la asamblea escucha, o bien el salmista y los fieles juntos.
El canto del salmo o de la sola respuesta contribuye mucho a comprender el sentido espiritual del salmo y a meditarlo profundamente. En cada cultura debe utilizarse todo aquello que pueda favorecer el canto de la asamblea, y en especial las facultades previstas en la Ordenación de las Lecturas de la Misa referentes a las respuestas para cada tiempo litúrgico.
El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, ha de recitarse en la forma más adecuada para la meditación de la palabra de Dios. El salmo responsorial se canta o se recita por un salmista o por un cantor desde el ambón” (OLM 19-22).
Desde que leí esta afirmación de san Juan Crisóstomo no la he podido olvidar por lo gráfica e impactante que es refiriéndose al estribillo del salmo responsorial:
"Yo os exhorto a no salir de aquí con las manos vacías, sino a recoger las respuestas como perlas, para que las guardéis siempre, las meditéis y las cantéis a vuestros hijos” (Com. Sal 41).
Esta frase sirve bien de resumen y acicate para que recuperemos el salmo responsorial en nuestra liturgia.
Resumiendo en algunos puntos lo expuesto:
- Los salmos deben ser alimento constante para la oración personal, repetirlos, cantarlos, asimilarlos, memorizarlos, porque esa es la Tradición de la Iglesia.
- El salmo responsorial, al que alude el Crisóstomo, se cantaba desde el ambón (no se sustituía por un canto cualquiera) y el pueblo participaba cantando la antífona como estribillo. Este salmo era objeto muchísimas veces del comentario homilético del Obispo (y esto era práctica común en todos los ritos y familias litúrgicas y en la praxis de los Padres de Oriente y Occidente).
- El pueblo participaba en la sagrada liturgia cantando, oyendo al salmista, respondiendo con el canto. No asistía en silencio a un rito incomprensible, sino que tomaba parte cantando, rezando, respondiendo. Y esto mismo le otorgaba un carácter sagrado a la celebración: cantaban a Dios, cantaban delante de Dios, cantaban las palabras de Dios (los salmos y antífonas).
Participar activa, consciente, plenamente es hacer propio, asimilar e interiorizar las oraciones litúrgicas, las lecturas, el salmo. Es lo que ofrecía el Crisóstomo a su pueblo: tomar la antífona del salmo responsorial como “bastón de viaje” que lo acompañara siempre después del Oficio. La participación litúrgica es orar con los textos que el sacerdote pronuncia, interiorizar las lecturas bíblicas en las que Dios sigue hablando a su pueblo, dejarse empapar por el estilo y el contenido de los textos que se proclaman, se rezan o se cantan en la divina Liturgia.
¡Y cuántas cosas más se podrían añadir…!
Empecemos -¡atención los coros parroquiales!- a cantar el salmo responsorial. Y todos a vivir una sincera espiritualidad litúrgica.
Autor: P. Javier Sánchez Martínez
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