El cardenal Sistach explica que «La alegría del amor» no fija normas sobre el acceso a los sacramentos porque estas «siempre dejan fuera algún caso concreto»
Formar parte de los dos sínodos consecutivos que el Papa Francisco convocó en 2014 y 2015 para reflexionar sobre la realidad de la familia le ha permitido al cardenal Lluís Martínez Sistach (Barcelona, 1937) ser un conocedor privilegiado de la exhortación apostólica «La alegría del amor».
«Todavía resuena en mis oídos la letra y la música de aquellas asambleas», asegura el prelado catalán, que acaba de pasar por Madrid para presentar «Cómo aplicar Amoris laetitia» (Claret). Su libro aporta novedades y precisiones sobre cómo se deben entender los textos que han sido motivo de controversia, como el capítulo dedicado a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente.
—¿Por que cree que la opinión pública y algunos sectores de la Iglesia han puesto el acento en la comunión de los divorciados vueltos a casar cuando las nuevas generaciones ya no optan por el matrimonio?
—La exhortación del Papa se preocupa de los divorciados, pero se preocupa mucho más todavía del matrimonio. El capítulo cuarto es un tratado de bolsillo del amor conyugal. A veces hemos presentado una visión del matrimonio pesada, difícil, que es una carga. La exhortación, en cambio, presenta toda su belleza, todo lo que realiza a las personas en todos los aspectos.
—¿Cree que la «dubia» de los cuatro cardenales, las aclaraciones del cardenal Müller y las guías de los obispos de Malta, Alemania y Buenos Aires son una muestra de la variada interpretación que ha tenido la exhortación?
—Yo diría que obedece a la situación de los matrimonios en cada lugar. El Papa ya avisó que lo que en algún lugar del mundo podía parecer normal, en otros podía ser considerado anormal. Las culturas son distintas y esto hace que los que reciben el contenido del documento lo tengan que encarnar en su cultura. Y eso cuesta entenderlo porque todos miramos el mundo con nuestra visión local. Pero yo pienso que la exhortación es nítida y, en especial, el capítulo ocho (dedicado a los divorciados). Es un principio de moral tradicional de las circunstancias atenuantes y eximentes que se aplican en este caso a los divorciados casados civilmente, pero que antes se aplicaba a todos los actos humanos en su valoración ética.
—Hay católicos que consideran un recurso molesto el que los divorciados casados civilmente que quieren comulgar deban recurrir al discernimiento de la mano de un sacerdote porque puede llevarles a buscar uno que les diga lo que esperan oír....
—El riesgo es este, sin duda. El sacerdote tiene que ser muy objetivo y tiene que dejar al interesado hablar, reflexionar y que se examine. Esto requiere un proceso largo, serio, que no se haga para quedar bien. Que no se haga solo para ir a comulgar. El discernimiento con la ayuda de un sacerdote puede molestar pero puede ayudar a su vida cristiana. En Occidente hemos olvidado el acompañamiento espiritual, pero necesitamos a veces discernir con ayuda de alguien. Un hombre de Dios nos puede dar elementos de reflexión para que nuestra conciencia responda delante de Dios.
—¿Qué criterios deben iluminar ese acompañamiento?
—La pureza de la intención, que el interesado busque el amor de Dios, el bien de la Iglesia porque no hay que engañar a Dios. Sobre todo debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto, qué consecuencias ha tenido, cómo ha participado él en esas consecuencias. Sobre la nueva unión hay que ver si es estable, si hay hijos, si se les bautiza y catequiza, si se celebra la fe. Esos son elementos a tener en cuenta para ver cuál es la actitud del interesado. Luego hay que ver si hay circunstancias atenuantes o eximentes, situaciones en la que la persona es inepta para tomar decisiones.
—Esas circunstancias atenuantes o eximentes, ¿cuáles son?
«El interesado debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto y qué consecuencias ha tenido»—Se tiene que ver de cara a la nueva unión. La situación en la que se encuentran los hijos, el padre y la madre, a veces incluso su estado de salud. Es difícil de concretar porque hay cosas que quizás uno no las piensa y para una persona son muy importantes. De ahí que el documento del Papa diga que ni el sínodo ni la exhortación establecen unas normas porque las normas siempre se dejan fuera algún caso concreto.
—La responsabilidad de que la persona pueda volver a comulgar recae entonces en el sacerdote que hace ese acompañamiento...
—No, la responsabilidad de volver a comulgar recae en el interesado, no en el sacerdote. No es la conciencia del sacerdote la que está en juego. Porque cada uno seremos juzgados por nuestra conciencia. El sacerdote tiene que ayudar a la persona a hacer un discernimiento y llegar en conciencia —lo más pura y objetiva posible— a ver cuál es su situación delante de Dios y si en su caso se da alguna circunstancia atenuante o eximente. Si se constata que no se da alguna de esas circunstancias atenuantes o eximentes la persona no podrá confesar ni comulgar pero podrá dar un paso dentro de la Iglesia para su vida cristiana, de conversión, de acercarse más a Dios.
—El capítulo sobre los divorciados, ¿es contradictorio con el magisterio de otros Papas sobre el matrimonio?
—No. Podemos afirmar que «Amoris laetitia» no admite a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar civilmente. El Papa en «Amoris laetitia» no habla de «categorías», sino de personas» y es bajo ese aspecto que es necesario el proceso de discernimiento que configura una lógica distinta de aquella de si «se puede» o «no se puede».
—¿Ha hecho la Iglesia suficiente pedagogía para explicar bien el alcance del capítulo dedicado a los divorciados?
—Esto nos toca a todos, a los obispos, los sacerdotes, los profesores, los matrimonios. Va un poco lento pero se está haciendo. A mí me han invitado a distintos lugares para dar conferencias. Quizás debería hacerse más porque este documento no es solamente el capítulo octavo, sino que hay una riqueza muy amplia. Pensemos en la pastoral matrimonial y familiar; cómo tiene que reorganizarse, cómo tiene que pensarse hoy que se casa menos gente, que muchos viven juntos sin casarse. Todo eso plantea a la pastoral matrimonial unas perspectivas nuevas y también el acompañamiento de los matrimonios. No dejarlos solos porque hoy cuesta mucho orientarse en una sociedad en el que el pansexualismo está de moda.
—¿No cree que la Iglesia se ha quedado sola en el apoyo de la familia?
—No debería ser. Pienso que hay instituciones que también defienden a la familia, pero se debería defender mucho más. El Concilio Vaticano nos dice una cosa muy importante y es que el bien de las personas, de la sociedad y de la Iglesia está en proporción directa a la salud del matrimonio y la familia. Nos jugamos mucho con el matrimonio y la familia. Si queremos que la gente sea feliz, hay que mostrarles lo maravilloso que es nacer en el seno de un matrimonio, en un íntima comunidad de vida y amor.
—¿Cuáles cree son hoy los peores enemigos de la familia?
—Son muchos. Yo diría fundamentalmente no ayudar a la familia. No potenciar, no tutelar la familia. Hay leyes que no son propensas, pensemos en la natalidad. Se ayuda a tener hijos en el matrimonio? Las leyes favorecen esto, las familias numerosas? SE ayuda a la madre al padre a la familia? Este pansexualismo, que el sexo sea banalizado en muchas situaciones entonces pierde su valor. El compromiso para toda la vida es difícil de asumir. Hoy hay miedo a comprometerse para toda la vida. Un amor si es auténtico es para toda la vida. Puede fracasar, no digo que no pero si hay un esfuerzo, perdón, un buscar de nuevo, un intentar de nuevo. Si los dos se esfuerzan se superan las dificultades. Todo eso va en contra de la familia, aunque hay muchas causas, sin duda.
Fuente: ABC.es
Formar parte de los dos sínodos consecutivos que el Papa Francisco convocó en 2014 y 2015 para reflexionar sobre la realidad de la familia le ha permitido al cardenal Lluís Martínez Sistach (Barcelona, 1937) ser un conocedor privilegiado de la exhortación apostólica «La alegría del amor».
«Todavía resuena en mis oídos la letra y la música de aquellas asambleas», asegura el prelado catalán, que acaba de pasar por Madrid para presentar «Cómo aplicar Amoris laetitia» (Claret). Su libro aporta novedades y precisiones sobre cómo se deben entender los textos que han sido motivo de controversia, como el capítulo dedicado a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente.
—¿Por que cree que la opinión pública y algunos sectores de la Iglesia han puesto el acento en la comunión de los divorciados vueltos a casar cuando las nuevas generaciones ya no optan por el matrimonio?
—La exhortación del Papa se preocupa de los divorciados, pero se preocupa mucho más todavía del matrimonio. El capítulo cuarto es un tratado de bolsillo del amor conyugal. A veces hemos presentado una visión del matrimonio pesada, difícil, que es una carga. La exhortación, en cambio, presenta toda su belleza, todo lo que realiza a las personas en todos los aspectos.
—¿Cree que la «dubia» de los cuatro cardenales, las aclaraciones del cardenal Müller y las guías de los obispos de Malta, Alemania y Buenos Aires son una muestra de la variada interpretación que ha tenido la exhortación?
—Yo diría que obedece a la situación de los matrimonios en cada lugar. El Papa ya avisó que lo que en algún lugar del mundo podía parecer normal, en otros podía ser considerado anormal. Las culturas son distintas y esto hace que los que reciben el contenido del documento lo tengan que encarnar en su cultura. Y eso cuesta entenderlo porque todos miramos el mundo con nuestra visión local. Pero yo pienso que la exhortación es nítida y, en especial, el capítulo ocho (dedicado a los divorciados). Es un principio de moral tradicional de las circunstancias atenuantes y eximentes que se aplican en este caso a los divorciados casados civilmente, pero que antes se aplicaba a todos los actos humanos en su valoración ética.
—Hay católicos que consideran un recurso molesto el que los divorciados casados civilmente que quieren comulgar deban recurrir al discernimiento de la mano de un sacerdote porque puede llevarles a buscar uno que les diga lo que esperan oír....
—El riesgo es este, sin duda. El sacerdote tiene que ser muy objetivo y tiene que dejar al interesado hablar, reflexionar y que se examine. Esto requiere un proceso largo, serio, que no se haga para quedar bien. Que no se haga solo para ir a comulgar. El discernimiento con la ayuda de un sacerdote puede molestar pero puede ayudar a su vida cristiana. En Occidente hemos olvidado el acompañamiento espiritual, pero necesitamos a veces discernir con ayuda de alguien. Un hombre de Dios nos puede dar elementos de reflexión para que nuestra conciencia responda delante de Dios.
—¿Qué criterios deben iluminar ese acompañamiento?
—La pureza de la intención, que el interesado busque el amor de Dios, el bien de la Iglesia porque no hay que engañar a Dios. Sobre todo debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto, qué consecuencias ha tenido, cómo ha participado él en esas consecuencias. Sobre la nueva unión hay que ver si es estable, si hay hijos, si se les bautiza y catequiza, si se celebra la fe. Esos son elementos a tener en cuenta para ver cuál es la actitud del interesado. Luego hay que ver si hay circunstancias atenuantes o eximentes, situaciones en la que la persona es inepta para tomar decisiones.
—Esas circunstancias atenuantes o eximentes, ¿cuáles son?
«El interesado debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto y qué consecuencias ha tenido»—Se tiene que ver de cara a la nueva unión. La situación en la que se encuentran los hijos, el padre y la madre, a veces incluso su estado de salud. Es difícil de concretar porque hay cosas que quizás uno no las piensa y para una persona son muy importantes. De ahí que el documento del Papa diga que ni el sínodo ni la exhortación establecen unas normas porque las normas siempre se dejan fuera algún caso concreto.
—La responsabilidad de que la persona pueda volver a comulgar recae entonces en el sacerdote que hace ese acompañamiento...
—No, la responsabilidad de volver a comulgar recae en el interesado, no en el sacerdote. No es la conciencia del sacerdote la que está en juego. Porque cada uno seremos juzgados por nuestra conciencia. El sacerdote tiene que ayudar a la persona a hacer un discernimiento y llegar en conciencia —lo más pura y objetiva posible— a ver cuál es su situación delante de Dios y si en su caso se da alguna circunstancia atenuante o eximente. Si se constata que no se da alguna de esas circunstancias atenuantes o eximentes la persona no podrá confesar ni comulgar pero podrá dar un paso dentro de la Iglesia para su vida cristiana, de conversión, de acercarse más a Dios.
—El capítulo sobre los divorciados, ¿es contradictorio con el magisterio de otros Papas sobre el matrimonio?
—No. Podemos afirmar que «Amoris laetitia» no admite a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar civilmente. El Papa en «Amoris laetitia» no habla de «categorías», sino de personas» y es bajo ese aspecto que es necesario el proceso de discernimiento que configura una lógica distinta de aquella de si «se puede» o «no se puede».
—¿Ha hecho la Iglesia suficiente pedagogía para explicar bien el alcance del capítulo dedicado a los divorciados?
—Esto nos toca a todos, a los obispos, los sacerdotes, los profesores, los matrimonios. Va un poco lento pero se está haciendo. A mí me han invitado a distintos lugares para dar conferencias. Quizás debería hacerse más porque este documento no es solamente el capítulo octavo, sino que hay una riqueza muy amplia. Pensemos en la pastoral matrimonial y familiar; cómo tiene que reorganizarse, cómo tiene que pensarse hoy que se casa menos gente, que muchos viven juntos sin casarse. Todo eso plantea a la pastoral matrimonial unas perspectivas nuevas y también el acompañamiento de los matrimonios. No dejarlos solos porque hoy cuesta mucho orientarse en una sociedad en el que el pansexualismo está de moda.
—¿No cree que la Iglesia se ha quedado sola en el apoyo de la familia?
—No debería ser. Pienso que hay instituciones que también defienden a la familia, pero se debería defender mucho más. El Concilio Vaticano nos dice una cosa muy importante y es que el bien de las personas, de la sociedad y de la Iglesia está en proporción directa a la salud del matrimonio y la familia. Nos jugamos mucho con el matrimonio y la familia. Si queremos que la gente sea feliz, hay que mostrarles lo maravilloso que es nacer en el seno de un matrimonio, en un íntima comunidad de vida y amor.
—¿Cuáles cree son hoy los peores enemigos de la familia?
—Son muchos. Yo diría fundamentalmente no ayudar a la familia. No potenciar, no tutelar la familia. Hay leyes que no son propensas, pensemos en la natalidad. Se ayuda a tener hijos en el matrimonio? Las leyes favorecen esto, las familias numerosas? SE ayuda a la madre al padre a la familia? Este pansexualismo, que el sexo sea banalizado en muchas situaciones entonces pierde su valor. El compromiso para toda la vida es difícil de asumir. Hoy hay miedo a comprometerse para toda la vida. Un amor si es auténtico es para toda la vida. Puede fracasar, no digo que no pero si hay un esfuerzo, perdón, un buscar de nuevo, un intentar de nuevo. Si los dos se esfuerzan se superan las dificultades. Todo eso va en contra de la familia, aunque hay muchas causas, sin duda.
Fuente: ABC.es
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