Lo ha reconocido el propio Papa en su homilía pronunciada desde el balcón del Palacio Apostólico de Castelgandolfo, el pasado domingo 26, al comentar el escándalo que la institución de la eucaristía por Jesús produjo entre sus propios discípulos. “Una reacción, -dice el Papa-, que Cristo mismo provocó conscientemente”.
Se refería Benedicto XVI al pasaje en el que el evangelista Juan (y sólo Juan) nos relata lo ocurrido cuando Jesús se propone como pan de vida para la salvación:
“Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ […] Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn. 6, 60-66).
Ahora bien, ¿en qué consistió (desde el punto de vista histórico) el escándalo de la propuesta que realizaba Jesús al instituir la eucaristía? ¿Por qué incluso hubo discípulos que al oír que Jesús les proponía comer su carne y beber su sangre hasta le abandonaron?
Para responder a la pregunta enunciada, es preciso dar respuesta antes a otras, y entre ellas, a estas dos: ¿por qué propone Jesús comer su cuerpo? ¿Qué sentido tenía dicha propuesta?
Pues bien, al ofrecer su cuerpo como alimento, Jesús no hace otra cosa que proponerse como sacrificio expiatorio en sustitución del cordero que desde los tiempos de la huída de Egipto constituía el sacrificio expiatorio de los judíos a Dios. Jesús en definitiva, propone el final de la Antigua Alianza, aquélla que sella Dios con Abraham y cuyo signo es la circuncisión:
“Dijo Dios a Abrahán: ‘Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Ésta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también tu posteridad-: Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros’” (Gn. 17, 9-11)
Alianza que es la misma que la que se celebra anualmente con el sacrificio del cordero en la Pascua:
“Este día será memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta a Yahvé; de generación en generación como ley perpetua, lo festejaréis” (Ex. 12, 14).
Ya que precisamente en cumplimiento de la Alianza, Yahveh liberó a los judíos del yugo egipcio:
“Como los israelitas gemían y se quejaban de su servidumbre, el clamor de su servidumbre subió a Dios. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob” (Ex. 2, 23-24).
Pues bien, en la Nueva Alianza que propone Jesús, el objeto del sacrificio ya no es el cordero, sino él mismo. De manera muy clara lo expone con estas palabras que recoge Lucas: “Esta copa es la nueva Alianza” (Lc. 22, 20)
Palabras que son idénticas a las que recoge Pablo (ver 1Co. 11, 24), y muy parecidas aunque no idénticas a las que recogen Mateo (Mt. 26, 28) y Marcos (Mc. 14, 24).
Si sólo la sustitución del objeto del sacrificio que representa el cordero habría resultado per se suficiente motivo de escándalo a oídos de los puritanos y escrupulosos judíos… imagínense Vds. que para dicha sustitución no se propone un buey, o unas tórtolas, no… ¡¡¡sino la carne del mismísimo maestro!!!... en lo que fuera de las connotaciones más o menos espirituales de la cuestión, y sin entrar en cuestiones tales como la consustanciación o la transustanciación que serán objeto de muy posteriores cábalas, no pasa de parecer sino un ejercicio de auténtica antropofagia.
Esto es tanto así que precisamente ésa, la de antropofagia, será una de las principales acusaciones de las que tengan que defenderse los cristianos durante muchos siglos de su historia, todos aquellos que dura su persecución. Así nos lo confirman, entre otros muchos textos, las actas martiriales de San Potino, uno de los mártires de Lyon, en las que leemos: “Los enemigos de nuestra religión nos inventaron que nosotros éramos unos antropófagos que comíamos carne humana”.
O las de Atalio, en las que se lee como mientras atado a la silla de hierro sus miembros eran abrasados, increpa a su verdugos: “Esto es comer carne humana; lo que vosotros hacéis: pero nosotros no comemos hombres ni cometemos ninguna otra clase de crimen”.
Lean Vds. estas palabras de Pablo en su Carta a los Romanos.
“Si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por tanto, no expongáis a la maledicencia vuestro privilegio [¿la Eucaristía?]. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Pues quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación. No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída o tropiezo” (Ro. 14, 15-21).
¿Acaso no es una posible interpretación de las mismas la gran dificultad que hallaban los primeros misioneros cristianos en explicar la institución eucarística a los nuevos adeptos? ¿Acaso no es posible que el pragmático Pablo, el mismo que ya había sido capaz de conseguir que el nuevo credo rompiera con la estricta práctica de la circuncisión, no está precisamente proponiendo a los misioneros cristianos la paciencia como método para explicar un aspecto tan difícil de asimilar como el de la eucaristía?
Los evangelistas no revelan la reacción que la “extraña” propuesta de Jesús produjo a los apóstoles cuando éste la realiza en el curso de la que constituye su última cena con ellos. Uno de ellos sin embargo, bien que sólo uno, Juan, sí nos deja constancia, como vemos arriba y como el mismo Papa nos recuerda, de la sorpresa que, si no propiamente entre los apóstoles, sí produjo entre sus contemporáneos: “Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste [sic] darnos a comer su carne?’” (Jn. 6, 52).
Pónganse por un momento en el pellejo de quienes escuchaban a Jesús, y traten de imaginar la sorpresa que semejante propuesta les habría producido a Vds. mismos.
La cosa no se detiene aquí, sino que va aún más lejos. Y es que Jesús no sólo propone sustituir el objeto del sacrificio y presenta su propia carne como nuevo objeto del mismo. Sino que por si ello no fuera suficiente, propone también incorporar al nuevo sacrificio un elemento que hasta ese momento había quedado siempre fuera de él.
Ahora bien amigo lector, por hoy, como otras veces les digo, hemos tenido ya bastante, y me reservo la sorpresa para mañana. Así que por aquí les veo, para que sigamos descubriendo juntos el escándalo que entre sus compatriotas judíos produjo la curiosa propuesta eucarística de Jesús.
Fuente: religionenlibertad.com
Se refería Benedicto XVI al pasaje en el que el evangelista Juan (y sólo Juan) nos relata lo ocurrido cuando Jesús se propone como pan de vida para la salvación:
“Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ […] Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn. 6, 60-66).
Ahora bien, ¿en qué consistió (desde el punto de vista histórico) el escándalo de la propuesta que realizaba Jesús al instituir la eucaristía? ¿Por qué incluso hubo discípulos que al oír que Jesús les proponía comer su carne y beber su sangre hasta le abandonaron?
Para responder a la pregunta enunciada, es preciso dar respuesta antes a otras, y entre ellas, a estas dos: ¿por qué propone Jesús comer su cuerpo? ¿Qué sentido tenía dicha propuesta?
Pues bien, al ofrecer su cuerpo como alimento, Jesús no hace otra cosa que proponerse como sacrificio expiatorio en sustitución del cordero que desde los tiempos de la huída de Egipto constituía el sacrificio expiatorio de los judíos a Dios. Jesús en definitiva, propone el final de la Antigua Alianza, aquélla que sella Dios con Abraham y cuyo signo es la circuncisión:
“Dijo Dios a Abrahán: ‘Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación. Ésta es mi alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también tu posteridad-: Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio, y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros’” (Gn. 17, 9-11)
Alianza que es la misma que la que se celebra anualmente con el sacrificio del cordero en la Pascua:
“Este día será memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta a Yahvé; de generación en generación como ley perpetua, lo festejaréis” (Ex. 12, 14).
Ya que precisamente en cumplimiento de la Alianza, Yahveh liberó a los judíos del yugo egipcio:
“Como los israelitas gemían y se quejaban de su servidumbre, el clamor de su servidumbre subió a Dios. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob” (Ex. 2, 23-24).
Pues bien, en la Nueva Alianza que propone Jesús, el objeto del sacrificio ya no es el cordero, sino él mismo. De manera muy clara lo expone con estas palabras que recoge Lucas: “Esta copa es la nueva Alianza” (Lc. 22, 20)
Palabras que son idénticas a las que recoge Pablo (ver 1Co. 11, 24), y muy parecidas aunque no idénticas a las que recogen Mateo (Mt. 26, 28) y Marcos (Mc. 14, 24).
Si sólo la sustitución del objeto del sacrificio que representa el cordero habría resultado per se suficiente motivo de escándalo a oídos de los puritanos y escrupulosos judíos… imagínense Vds. que para dicha sustitución no se propone un buey, o unas tórtolas, no… ¡¡¡sino la carne del mismísimo maestro!!!... en lo que fuera de las connotaciones más o menos espirituales de la cuestión, y sin entrar en cuestiones tales como la consustanciación o la transustanciación que serán objeto de muy posteriores cábalas, no pasa de parecer sino un ejercicio de auténtica antropofagia.
Esto es tanto así que precisamente ésa, la de antropofagia, será una de las principales acusaciones de las que tengan que defenderse los cristianos durante muchos siglos de su historia, todos aquellos que dura su persecución. Así nos lo confirman, entre otros muchos textos, las actas martiriales de San Potino, uno de los mártires de Lyon, en las que leemos: “Los enemigos de nuestra religión nos inventaron que nosotros éramos unos antropófagos que comíamos carne humana”.
O las de Atalio, en las que se lee como mientras atado a la silla de hierro sus miembros eran abrasados, increpa a su verdugos: “Esto es comer carne humana; lo que vosotros hacéis: pero nosotros no comemos hombres ni cometemos ninguna otra clase de crimen”.
Lean Vds. estas palabras de Pablo en su Carta a los Romanos.
“Si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por tanto, no expongáis a la maledicencia vuestro privilegio [¿la Eucaristía?]. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Pues quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación. No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída o tropiezo” (Ro. 14, 15-21).
¿Acaso no es una posible interpretación de las mismas la gran dificultad que hallaban los primeros misioneros cristianos en explicar la institución eucarística a los nuevos adeptos? ¿Acaso no es posible que el pragmático Pablo, el mismo que ya había sido capaz de conseguir que el nuevo credo rompiera con la estricta práctica de la circuncisión, no está precisamente proponiendo a los misioneros cristianos la paciencia como método para explicar un aspecto tan difícil de asimilar como el de la eucaristía?
Los evangelistas no revelan la reacción que la “extraña” propuesta de Jesús produjo a los apóstoles cuando éste la realiza en el curso de la que constituye su última cena con ellos. Uno de ellos sin embargo, bien que sólo uno, Juan, sí nos deja constancia, como vemos arriba y como el mismo Papa nos recuerda, de la sorpresa que, si no propiamente entre los apóstoles, sí produjo entre sus contemporáneos: “Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste [sic] darnos a comer su carne?’” (Jn. 6, 52).
Pónganse por un momento en el pellejo de quienes escuchaban a Jesús, y traten de imaginar la sorpresa que semejante propuesta les habría producido a Vds. mismos.
La cosa no se detiene aquí, sino que va aún más lejos. Y es que Jesús no sólo propone sustituir el objeto del sacrificio y presenta su propia carne como nuevo objeto del mismo. Sino que por si ello no fuera suficiente, propone también incorporar al nuevo sacrificio un elemento que hasta ese momento había quedado siempre fuera de él.
Ahora bien amigo lector, por hoy, como otras veces les digo, hemos tenido ya bastante, y me reservo la sorpresa para mañana. Así que por aquí les veo, para que sigamos descubriendo juntos el escándalo que entre sus compatriotas judíos produjo la curiosa propuesta eucarística de Jesús.
Fuente: religionenlibertad.com
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