La Iglesia Católica ha defendido a través de los siglos que Jesús está realmente presente en el pan y el vino consagrado. Para ello se basa en las Escrituras (Juan 6,52-59; Lucas 22,19; 1 Corintios 11,23-25; etc) y también en la Tradición Apostólica. Sobre esta última se toma en cuenta de manera particular el testimonio de los primeros cristiano, aquellos quienes recibieron esta enseñanza directamente de los apóstoles y dieron su vida por mantenerse fieles a esta doctrina.
Son muchos los testimonios recogidos por historiadores en los que se detalla la fuerte creencia de los primeros cristianos en la Eucaristía; en este artículo les compartiremos cinco de ellos.
San Ignacio de Antioquía (110 d.C.)
Fue discípulo de San Juan el Evangelista y obispo de Antioquía durante 40 años. Tuvo la responsabilidad de condenar la herejía de los docetas, quienes afirmaban que Cristo nunca tuvo un cuerpo físico y por eso no querían consumir la Eucaristía.
San Ignacio les decía lo siguiente: “Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo obispo junto con el presbítero y con los diáconos consiervos míos; a fin de que cuanto hagáis, todo hagáis según Dios”.
San Justino (165 d.C.)
Fue un laico conocido como el primer apologista cristiano, pues escribió muchas cartas defendiendo la doctrina cristiana. A él le debemos una de las descripciones más detalladas del culto cristiano en los primeros siglos y, por supuesto, esta descripción incluye una bella descripción de la Eucaristía:
“A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos […] Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó. Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias dijo: ‘Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo’. Y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: ‘Esta es mi sangre’, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos unos a otros estas cosas”.
San Ireneo (130 d.C. – 202 d.C.)
Se sabe que fue obispo de Lyon y es famoso por su obra Adversus Haereses, donde refuta las principales herejías de su época. En este libro él escribe lo siguiente:
"Para nosotros en cambio, la creencia concuerda con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma la creencia. Pues le ofrecemos a Él sus propias cosas, proclamando concordemente la comunión y la unión de la carne y del espíritu. Porque así como el pan que es de la tierra, recibiendo la invocación de Dios ya no es pan ordinario sino Eucaristía, constituida por dos elementos terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, no son corruptibles sino que poseen la esperanza de la resurrección para siempre".
San Atanasio (295 d.C. – 373 d.C.)
Quien fuera obispo de Alejandría enseñaba que:
“Verás a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas oraciones, entonces el pan se convierte en el Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo… Consideremos el momento culminante de estos misterios: este pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se convierten en su cuerpo“.
San Cirilo de Jerusalén (313 d.C. – 387 d.C.)
Fue obispo de Jerusalén y es considerado Doctor de la Iglesia. Entre sus numerosas catequesis hace una interesante referencia a la Eucaristía:
“Adoctrinados y llenos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo“.
Son muchos los testimonios recogidos por historiadores en los que se detalla la fuerte creencia de los primeros cristianos en la Eucaristía; en este artículo les compartiremos cinco de ellos.
San Ignacio de Antioquía (110 d.C.)
Fue discípulo de San Juan el Evangelista y obispo de Antioquía durante 40 años. Tuvo la responsabilidad de condenar la herejía de los docetas, quienes afirmaban que Cristo nunca tuvo un cuerpo físico y por eso no querían consumir la Eucaristía.
San Ignacio les decía lo siguiente: “Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo obispo junto con el presbítero y con los diáconos consiervos míos; a fin de que cuanto hagáis, todo hagáis según Dios”.
San Justino (165 d.C.)
Fue un laico conocido como el primer apologista cristiano, pues escribió muchas cartas defendiendo la doctrina cristiana. A él le debemos una de las descripciones más detalladas del culto cristiano en los primeros siglos y, por supuesto, esta descripción incluye una bella descripción de la Eucaristía:
“A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos […] Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó. Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias dijo: ‘Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo’. Y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: ‘Esta es mi sangre’, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos unos a otros estas cosas”.
San Ireneo (130 d.C. – 202 d.C.)
Se sabe que fue obispo de Lyon y es famoso por su obra Adversus Haereses, donde refuta las principales herejías de su época. En este libro él escribe lo siguiente:
"Para nosotros en cambio, la creencia concuerda con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma la creencia. Pues le ofrecemos a Él sus propias cosas, proclamando concordemente la comunión y la unión de la carne y del espíritu. Porque así como el pan que es de la tierra, recibiendo la invocación de Dios ya no es pan ordinario sino Eucaristía, constituida por dos elementos terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, no son corruptibles sino que poseen la esperanza de la resurrección para siempre".
San Atanasio (295 d.C. – 373 d.C.)
Quien fuera obispo de Alejandría enseñaba que:
“Verás a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas oraciones, entonces el pan se convierte en el Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo… Consideremos el momento culminante de estos misterios: este pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se convierten en su cuerpo“.
San Cirilo de Jerusalén (313 d.C. – 387 d.C.)
Fue obispo de Jerusalén y es considerado Doctor de la Iglesia. Entre sus numerosas catequesis hace una interesante referencia a la Eucaristía:
“Adoctrinados y llenos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo“.
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