Friday, November 24, 2017

Catequesis del papa Francisco: "Ir a misa es ir al Calvario: allí estaríamos en silencio, en llanto, en la alegría de ser salvados"

El Papa Francisco este miércoles ha impartido su catequesis dedicada a la misa, en su nuevo ciclo de audiencias públicas. Ha recordado que ir a misa es como ir al monte Calvario, a la Crucifixión de Cristo, "donde desaparecen el espectáculo, desaparecen las habladurías, los comentarios".

"Cuando vamos a Misa, es como si fuéramos al Calvario, lo mismo. Piensen ustedes: si nosotros vamos al Calvario – pensemos con imaginación – en ese momento, y nosotros sabemos que ese hombre ahí es Jesús. Pero, ¿nosotros nos permitiríamos hablar, tomar fotografías, hacer un poco de espectáculo? ¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaríamos en silencio, en el llanto y también en la alegría de ser salvados. Cuando nosotros entramos en la iglesia para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el Calvario, donde Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparece las habladurías, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esta cosa tan bella que es la Misa, el triunfo de Jesús".

Resumen que Francisco pronunció en español

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando con la catequesis sobre la Santa Misa, podemos decir que es el memorial del Misterio Pascual de Cristo, que él llevó a cumplimiento con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo, y que nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte.

Así, la Eucaristía hace presente el sacrificio que Cristo ofreció, una vez para siempre, en la cruz y que permanece perennemente actual, realizando la obra de nuestra redención.

En la Misa, el Señor Jesús, haciéndose «pan partido» por amor a nosotros, se nos da y nos comunica toda su misericordia y su amor, renovando nuestro corazón, nuestra vida y nuestras relaciones con él y con los hermanos.

A través de la celebración eucarística, la acción del Espíritu Santo nos hace partícipes de la misma vida de Dios, que transforma todo nuestro ser mortal y nos llena de su eternidad.

Con la Eucaristía Jesús nos libra de la muerte física y del miedo a morir, como también de la muerte espiritual, que es el mal y el pecado. La participación en este sacramento, que nos llena de la plenitud de su vida, nos hace decir con san Pablo: «vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Por ello, para el cristiano es vital participar en la Eucaristía, especialmente el domingo, puesto que nos permite unirnos a Cristo, tomando parte de su victoria sobre la muerte y gozar de los bienes de la resurrección.

El Señor Jesús nos quiere comunicar en la Eucaristía su amor pascual para que podamos amar a Dios y a nuestro prójimo como él nos ha amado, entregando su propia vida. Que la Virgen Santa interceda ante su Hijo por todos nosotros, y nos alcance la gracia de ser hombres y mujeres que encuentren en el sacrificio eucarístico el centro de la propia existencia y la fuerza para vivir en el amor.

Homilía completa del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

¡Buenos días! Prosiguiendo con las Catequesis sobre la Misa, podemos preguntarnos: ¿Qué cosa es esencialmente la Misa? La Misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo. Ella nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte, y da significado pleno a nuestra vida.

Para esto, para comprender el valor de la Misa debemos sobre todo entender el significado bíblico del “memorial”. Esto «no es solamente el recuerdo – el memorial no es solamente un recuerdo –, de los acontecimientos del pasado, sino estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1363).

Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo ha llevado a cumplimiento la Pascua. Y la Misa es el memorial de su Pascua, de su “éxodo”, que ha realizado por nosotros, para sacarnos de la esclavitud e introducirnos en la tierra prometida de la vida eterna. No es solamente un recuerdo, no, es algo más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace veinte siglos atrás.

La Eucaristía nos lleva siempre al ápice de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, derrama sobre nosotros toda su misericordia y su amor, como lo ha hecho en la cruz, para así renovar nuestro corazón, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Constitución Dogmática, Lumen Gentium, 3).

Toda celebración de la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la Misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, abrigados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos lleva también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la Misa se hace Pascua. Nosotros, en la Misa, estamos con Jesús, muerte y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna.

En la Misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo – dice San Pablo – y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,19-20). Así pensaba Pablo.

Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no sólo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos victimas de nuestro pecado y del de los demás. Y entonces nuestra se contamina, pierde belleza, pierde significado, muere.

Cristo en cambio no devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando ha afrontado la muerte la ha derrotado para siempre: «Resucitando destruyó la muerte y nos dio vida nueva». La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte, porque Él ha transformado su muerte en un supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la Eucaristía, Él quiso comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida.

Si el amor de Cristo está en mí, puedo donarme plenamente al otro, con la certeza interior que si incluso el otro debiera herirme yo no moriría; de lo contrario tendría que defenderme. Los mártires han dado la vida justamente por esta certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Sólo si experimentamos este poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de donarnos sin miedo.

Y esta es la Misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección, ascensión de Jesús. Y cuando vamos a Misa, es como si fuéramos al calvario, lo mismo. Piensen ustedes: si nosotros vamos al calvario – pensemos con imaginación – en ese momento, y nosotros sabemos que ese hombre ahí es Jesús. Pero, ¿nosotros nos permitiríamos hablar,  tomar fotografías, hacer un poco de espectáculo? ¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaríamos en silencio, en el llanto y también en la alegría de ser salvados. Cuando nosotros entramos en la iglesia para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparece las habladurías, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esta cosa tan bella que es la Misa, el triunfo de Jesús.

Pienso que ahora sea más claro como la Pascua se haga presente y obrante cada vez que celebramos la Misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, donándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, al calvario, ahí. La Misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo. Gracias.

(Traducción del italiano por Renato Martinez de Radio Vaticana)

Saturday, November 18, 2017

5 testimonios de los primeros cristianos sobre la presencia de real de Cristo en la Eucaristía

La Iglesia Católica ha defendido a través de los siglos que Jesús está realmente presente en el pan y el vino consagrado. Para ello se basa en las Escrituras (Juan 6,52-59; Lucas 22,19; 1 Corintios 11,23-25; etc) y también en la Tradición Apostólica. Sobre esta última se toma en cuenta de manera particular el testimonio de los primeros cristiano, aquellos quienes recibieron esta enseñanza directamente de los apóstoles y dieron su vida por mantenerse fieles a esta doctrina.

Son muchos los testimonios recogidos por historiadores en los que se detalla la fuerte creencia de los primeros cristianos en la Eucaristía; en este artículo les compartiremos cinco de ellos.

San Ignacio de Antioquía (110 d.C.)

Fue discípulo de San Juan el Evangelista y obispo de Antioquía durante 40 años. Tuvo la responsabilidad de condenar la herejía de los docetas, quienes afirmaban que Cristo nunca tuvo un cuerpo físico y por eso no querían consumir la Eucaristía.

San Ignacio les decía lo siguiente: “Esforzaos, por lo tanto, por usar de una sola Eucaristía; pues una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo y uno sólo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar, como un solo obispo junto con el presbítero y con los diáconos consiervos míos; a fin de que cuanto hagáis, todo hagáis según Dios”.

San Justino (165 d.C.)

Fue un laico conocido como el primer apologista cristiano, pues escribió muchas cartas defendiendo la doctrina cristiana. A él le debemos una de las descripciones más detalladas del culto cristiano en los primeros siglos y, por supuesto, esta descripción incluye una bella descripción de la Eucaristía:

“A nadie le es lícito participar en la Eucaristía, si no cree que son verdad las cosas que enseñamos […] Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias, que contiene las palabras de Jesús y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó. Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias dijo: ‘Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo’. Y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: ‘Esta es mi sangre’, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos unos a otros estas cosas”.

San Ireneo (130 d.C. – 202 d.C.)

Se sabe que fue obispo de Lyon y es famoso por su obra Adversus Haereses, donde refuta las principales herejías de su época. En este libro él escribe lo siguiente:

"Para nosotros en cambio, la creencia concuerda con la Eucaristía, y la Eucaristía, a su vez, confirma la creencia. Pues le ofrecemos a Él sus propias cosas, proclamando concordemente la comunión y la unión de la carne y del espíritu. Porque así como el pan que es de la tierra, recibiendo la invocación de Dios ya  no es pan ordinario sino Eucaristía, constituida por dos elementos terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, no son corruptibles sino que poseen la esperanza de la resurrección para siempre".

San Atanasio (295 d.C. – 373 d.C.)

Quien fuera obispo de Alejandría enseñaba que:

“Verás a los ministros que llevan pan y una copa de vino, y lo ponen sobre la mesa; y mientras no se han hecho las invocaciones y súplicas, no hay más que puro pan y bebida. Pero cuando se han acabado aquellas extraordinarias y maravillosas oraciones, entonces el pan se convierte en el Cuerpo y el cáliz en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo… Consideremos el momento culminante de estos misterios: este pan y este cáliz, mientras no se han hecho las oraciones y súplicas, son puro pan y bebida; pero así que se han proferido aquellas extraordinarias plegarias y aquellas santas súplicas, el mismo Verbo baja hasta el pan y el cáliz, que se convierten en su cuerpo“.

San Cirilo de Jerusalén (313 d.C. – 387 d.C.)

Fue obispo de Jerusalén y es considerado Doctor de la Iglesia. Entre sus numerosas catequesis hace una interesante referencia a la Eucaristía:

“Adoctrinados y llenos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo“.

Wednesday, November 15, 2017

Misa en la que sólo participa un ministro

Introducción General del Misal Romano
III. MISA EN LA QUE SÓLO PARTICIPA UN MINISTRO

252. En la Misa celebrada por el sacerdote, a quien sólo un ministro asiste y le responde, obsérvese el rito de la Misa con pueblo (cfr. núms. 120-169); el ministro, según las circunstancias, dice las partes del pueblo.

253. Con todo, si el ministro es un diácono, él mismo cumplirá las funciones que le son propias (cfr. núms. 171-186) y además realizará las otras partes del pueblo.

254. No se celebre la Misa sin un ministro, o por lo menos algún fiel, a no ser por causa justa y razonable. En este caso se omiten los saludos, las moniciones y la bendición al final de la Misa.

255. Antes de la Misa se preparan los vasos necesarios en la credencia o sobre el altar al lado derecho.

Ritos iniciales

256. El sacerdote, se acerca al altar y, hecha inclinación profunda junto con el ministro, venera el altar con un beso y se dirige a la sede. Si el sacerdote quiere puede permanecer en el altar; en este caso, también el misal se prepara allí. Entonces el ministro o el sacerdote dice la antífona de entrada.

257. Después el sacerdote con el ministro, estando de pie, se signa con el signo de la cruz y dice En el nombre del Padre; vuelto hacia el ministro lo saluda, eligiendo una de las fórmulas propuestas.

258. En seguida se hace el acto penitencial, y, según las rúbricas, se dice el Kyrie y el Gloria.

259. Luego, con las manos juntas, dice: Oremos, y después de una pausa conveniente, dice, con las manos extendidas, la oración colecta. Al final, el ministro aclama: Amén.

Liturgia de la palabra

260. Las lecturas, en cuanto sea posible, se proclamarán desde el ambón o desde el facistol.

261. Dicha la colecta, el ministro hace la primera lectura y el salmo; y cuando corresponda, también hace la segunda lectura con el versículo para el Aleluya u otro canto.

262. Después, profundamente inclinado, el sacerdote dice: Purifica mi corazón, y en seguida lee el Evangelio. Al final dice: Palabra del Señor, a lo que el ministro responde: Gloria a ti, Señor Jesús. Después el sacerdote venera el libro con un beso, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

263. En seguida, el sacerdote, según las rúbricas, dice el Símbolo juntamente con el ministro.

264. Sigue la oración universal, que también puede decirse en esta Misa. El sacerdote introduce y concluye la oración, pero el ministro dice las intenciones.

Liturgia Eucarística

265. En la Liturgia Eucarística todo se hace como en la Misa con pueblo, excepto lo que sigue.

266. Terminada la aclamación al final del embolismo que sigue a la Oración del Señor, el sacerdote dice la oración Señor Jesucristo, que dijiste; y luego agrega: La paz del Señor esté siempre con ustedes, a lo que el ministro responde: Y con tu espíritu. Según las circunstancias, el sacerdote da la paz al ministro.

267. En seguida, mientras dice con el ministro Cordero de Dios, el sacerdote parte la Hostia sobre la patena. Terminado el Cordero de Dios, hace la “inmixtión”, o sea la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del Señor, diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre.

268. Después de la “inmixtión”, es decir, la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el sacerdote dice en secreto la oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo o Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo; después hace la genuflexión, toma la Hostia y, si el ministro recibe la Comunión, vuelto hacia él y teniendo la Hostia un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, dice: Este es el Cordero de Dios, y con él agrega: Señor, no soy digno. En seguida, vuelto hacia el altar, sume el Cuerpo de Cristo. Pero si el ministro no recibe la Comunión, hecha la genuflexión, el sacerdote toma la Hostia y, vuelto hacia el altar, dice una sola vez en secreto: Señor, no soy digno, y El Cuerpo de Cristo me guarde y en seguida sume el Cuerpo de Cristo. Después toma el cáliz y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde y bebe la Sangre.

269. Antes de dar la Comunión al ministro, el ministro, o el mismo sacerdote dicen la antífona de Comunión.

270. El sacerdote purifica el cáliz en la credencia o en el altar. Si se purifica el cáliz en el altar, puede ser llevado por el ministro a la credencia, o se deja a un lado del altar.

271. Terminada la purificación del cáliz, es conveniente que el sacerdote guarde un intervalo de silencio; en seguida dice la oración después de la Comunión.

Rito de conclusión

272. El rito de conclusión se cumple como en la Misa con pueblo, omitido el Pueden ir en paz. El sacerdote, como de costumbre, venera el altar con un beso, y, hecha inclinación profunda juntamente con el ministro, se retira.

¿Es válida la Santa Misa celebrada sin asistencia de pueblo?, por el P. Santiago Gonzalez

La respuesta es un SÍ rotundo que además tiene el aval del Magisterio es estas dos citas:

De la Ordenación General del Misal Romano:  19. Aunque en algunas ocasiones no se puede tener la presencia y la participación activa de los fieles, las cuales manifiestan más claramente la naturaleza eclesial de la acción sagrada, la celebración eucarística siempre está dotada de su eficacia y dignidad, ya que es un acto de Cristo y de la Iglesia, en el cual el sacerdote lleva a cabo su principal ministerio y obra siempre por la salvación del pueblo.

Del Código de Derecho Canónico: 904 Los sacerdotes, teniendo siempre presente que en el misterio del Sacrificio eucarístico se realiza continuamente la obra de la redención, deben celebrarlo frecuentemente; es más, se recomienda encarecidamente la celebración diaria, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio.

De aquí se extraen dos consecuencias importantes para la vida eclesial:

1: Recalcar que la Presencia de Dios no se agota sólo en la “comunidad” (o asamblea) tal y como se vive y cree en el protestantismo, donde el sacerdote es “pastor” y ejerce una función pero NO actúa en persona de Cristo. Por eso ha de recordarse que la presencia de Cristo se da en la consagración, en la reserva del Sagrario y en el sacerdote que es el mismo Cristo al celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Siendo mucho mejor que a la Misa asista el pueblo, la ausencia del mismo NO hace ni inválida ni inconveniente la Misa.

2: Destacar que, aunque no sea bajo pecado mortal (como si ocurre en la omisión del Breviario), el sacerdote debe celebrar la Santa Misa DIARIAMENTE, a no ser que lo impidan causas de absoluta fuerza mayor. A veces se dan situaciones realmente grotescas, como la de celebrar varias Misas el mismo día  (incluyendo alguna concelebración) y omitir la Misa el día después.

Lo que queda muy claro es que la ausencia de pueblo NO justifica que el sacerdote deje de celebrar el Sacrificio de la Misa. Cuando esta idea no se comprende es porque se olvida la comunión de los santos, o sea, que el sacerdote al celebrar Misa NUNCA está solo ya que con él se unen todos los santos y ángeles del Cielo, así como las benditas ánimas del purgatorio.

Sólo desde la falta de FE (o desde una fe protestantizada) se puede afirmar que un sacerdote al celebrar Misa sin pueblo está realmente SOLO.

El Papa explica en su catequesis las dos condiciones para encontrarse con Dios en la Eucaristía



El Papa Francisco celebró este miércoles la Audiencia General ante miles de personas donde prosiguió su catequesis sobre la Eucaristía.  Y por ello, habló de dos condiciones necesarias para encontrarse con Dios a través de este sacramento, la humildad y el dejarse sorprender por Él.

De este modo, el Santo Padre explicó que “la Misa es oración, aún más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime y, al mismo tiempo, la más concreta. De hecho, es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y la Sangre de Jesús”.

El Papa incidió en que la humildad y la confianza son requisitos esenciales para recibir al Señor. Lo explicó así: “En primer lugar, ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguno se preocupará de ellos, de aquello que comerán, de aquellos que llevarán, y así todo”.

Por otro lado, agregó Francisco, está el dejarse sorprender y volvió a hacer una comparación pues “el niño hace siempre mil preguntas porque desea descubrir el mundo, se maravilla de las cosas pequeñas porque todo es nuevo para él”.

Es por ello que “para entrar en el Reino de los cielos es necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración, ¿nos dejamos maravillar? ¿Nos dejamos sorprender? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo”.

Prosiguió Francisco su catequesis recordando que si la Eucaristía es oración, “¿qué es la oración?”. Y respondió asegurando que “es, sobre todo, diálogo, una relación personal con Dios. El hombre ha sido creado como ser relacional que encuentra su plenitud relacionándose en el encuentro con su Creador”.

Afirmó también que el “el Libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, el cual es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor y de unidad. De ella podemos comprender que nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo entregarse y recibirse para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser”.

“Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y Él le responde: ‘Yo soy el que es’. Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y, de hecho, inmediatamente después añade: ‘El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’”, subrayó el Papa.

“También Cristo, cuando llama a sus discípulos, los llama para que permanezcan con Él. Esta es la gracia más grande: poder experimentar que la Eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús y, por medio de Él, con Dios y con los hermanos”, agregó.

El Pontífice invitó a “rezar como un verdadero diálogo”, y recordó que ese diálogo “también implica saber permanecer en silencio. En silencio junto a Jesús. Del misterioso silencio de Dios surge su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es posible ‘estar’ verdaderamente con el Padre y nos lo demuestra con su oración”.

Wednesday, November 8, 2017

Catequesis sobre la Eucaristía, por el papa Francisco (Audiencia de los miércoles)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Iniciamos hoy una nueva serie de catequesis, que dirigirá la mirada al “corazón” de la Iglesia, es decir, la Eucaristía. Es fundamental para nosotros cristianos comprender bien el valor y el significado de la Santa Misa, para vivir siempre más plenamente nuestra relación con Dios.

No podemos olvidar el gran número de cristianos que, en el mundo entero, en dos mil años de historia, han resistido hasta la muerte por defender la Eucaristía; y cuantos, aun hoy, arriesgan la vida por participar en la Misa dominical.

En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, un grupo de cristianos, del Norte de África, fueron sorprendidos mientras celebraban la Misa en una casa y fueron arrestados. El procónsul romano, en el interrogatorio, les pregunto porque lo habían hecho, sabiendo que era absolutamente prohibido. Y ellos respondieron: «Sin el domingo no podemos vivir», que quería decir: si no podemos celebrar la Eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría.

De hecho, Jesús dice a sus discípulos: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,53-54).

Estos cristianos del Norte de África fueron asesinados por celebrar la Eucaristía. Han dejado el testimonio que se puede renunciar a la vida terrena por la Eucaristía, porque ella nos da la vida eterna, haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que nos interpela a todos y pide una respuesta sobre qué cosa significa para cada uno de nosotros participar en el Sacrificio de la Misa y acercarnos al Banquete del Señor.

¿Estamos buscando esa fuente de donde “brota agua viva” para la vida eterna qué hace de nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de acción de gracias y hace de nosotros un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más profundo de la Santa Eucaristía, que significa “acción de gracias”: acción de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos envuelve y nos transforma en su comunión de amor.

En las próximas catequesis quisiera dar respuesta a algunas preguntas importantes sobre la Eucaristía y la Misa, para redescubrir, o descubrir, como a través de este misterio de la fe resplandece el amor de Dios.

El Concilio Vaticano II ha sido fuertemente animado por el deseo de llevar a los cristianos a comprender la grandeza de la fe y la belleza del encuentro con Cristo. Por este motivo era necesario sobre todo actuar, con la guía del Espíritu Santo, una adecuada renovación de la Liturgia, porque la Iglesia continuamente vive de ella y se renueva gracias a ella.

Un tema central que los Padres conciliares han subrayado es la formación litúrgica de los fieles, indispensable para una verdadera renovación. Y es justamente este el objetivo de este ciclo de catequesis que hoy iniciamos: crecer en el conocimiento de este gran don de Dios que nos ha donado en la Eucaristía.

La Eucaristía es un evento maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo».

El Señor está ahí con nosotros, presente. Pero, muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la Eucaristía… pero nosotros no celebramos cerca de él. ¡Pero es el Señor! Si hoy viniera aquí el presidente de la República o alguna persona muy importante del mundo, seguramente todos estaríamos cerca de él, que quisiéramos saludarlo. Pero, piensa: cuando tú vas a Misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estás distraído, volteado… ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto, ¡eh!

- “Padre, es que las misas son aburridas”
– “Pero qué cosa dices, ¿qué el Señor es aburrido?”
– “No, no. La Misa no, los sacerdotes”.
- “Ah, que se conviertan los sacerdotes. Pero es el Señor que está ahí, ¡eh!”

¿Entendido? No lo olviden. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor».

Tratemos ahora de ponernos algunas simples preguntas. Por ejemplo, ¿por qué se hace el signo de la cruz y el acto penitencial al inicio de la Misa? Aquí quisiera hacer un paréntesis. ¿Ustedes han visto como los niños se hacen el signo de la cruz? Tú no sabes que cosas hacen, si es el signo de la cruz o un diseño. Hacen así…

Pero, aprender, enseñar a los niños a hacer bien el signo de la cruz, así comienza la Misa, así inicia la vida, así inicia el día. Esto quiere decir que nosotros somos redimidos con la cruz del Señor.

Miren a los niños y enséñenles bien a hacer el signo de la cruz. Y esas Lecturas, en la Misa, ¿por qué están ahí? ¿Por qué se leen el domingo tres Lecturas y los otros días dos? ¿Por qué están ahí, qué cosa significa la Lectura de la Misa?

O quizás, ¿por qué a cierto momento el sacerdote que preside la celebración dice: “Levantemos el corazón”? No dice: “Levantemos nuestros celulares para tomar una fotografía”. No, es una cosa fea. Y les digo que a mí me da mucha tristeza cuando celebro aquí en la Plaza o en la Basílica y veo muchos celulares levantados no solo de los fieles, también de algunos sacerdotes y también de obispos. ¡Por favor! La Misa no es un espectáculo: es ir al encuentro de la pasión, de la resurrección del Señor. Por esto el sacerdote dice: “Levantemos el corazón”. ¿Qué cosa quiere decir esto? Recuerden: nada de celulares.

Es muy importante regresar a los fundamentos, redescubrir lo que es esencial, a través de aquello que se toca y se ve en la celebración de los Sacramentos. La pregunta del apóstol Santo Tomás (Cfr. Jn 20,25), de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo de Jesús, es el deseo de poder de algún modo “tocar” a Dios para creerle. Lo que Santo Tomas pide al Señor es aquello del cual todos nosotros tenemos necesidad: verlo y tocarlo para poder reconocerlo. Los Sacramentos van al encuentro de esta exigencia humana. Los Sacramentos, y la celebración eucarística de modo particular, son los signos del amor de Dios, las vías privilegiadas para encontrarnos con Él.

Así a través de estas catequesis que hoy iniciamos, quisiera redescubrir junto a ustedes la belleza que se esconde en la celebración eucarística, y que, una vez revelada, da sentido pleno a la vida de cada uno. La Virgen nos acompañe en este nuevo tramo del camino. Gracias.

Tuesday, November 7, 2017

"Algunos despertarán a la vida eterna, otros a la vergüenza eterna", papa Francisco

El Papa Francisco ha resaltado que la traducción de las palabras en la consagración «por muchos» en vez de «por todos», refiriéndose a por quienes la sangre de Cristo fue derramada «expresa mejor la idea de que las personas tienen la opción de elegir en esta vida, ya sea para Dios o en su contra».

«El despertar de la muerte no es, en sí mismo, un regreso a la vida», agregó el Papa Francisco. «Algunos, de hecho, despertarán a la vida eterna, otros a la vergüenza eterna».

Diferencias entre los liturgistas

Desde que la Misa fue traducida a la lengua vernácula, los liturgistas han debatido sobre la mejor manera de traducir las palabras «pro multis» en la oración de Consagración. Las palabras literalmente se traducen como «por muchos», pero muchos liturgistas lo tradujeron a sus propios idiomas como «por todos».

En 2006, la Santa Sede dio instrucciones de que todas las nuevas ediciones vernáculas del Misal Romano a partir de ese momento deberían traducir las palabras como «por muchos», señalando que también es la traducción más literal del griego original en Mateo 26,28.

El cambio se encontró con la oposición de algunos países, sobre todo en Alemania, lo que llevó al Papa Benedicto XVI a escribir una carta personal en 2012 explicando por qué los obispos deberían adoptar la nueva traducción. Se publicó una nueva versión alemana de la Misa, pero nunca fue adoptada oficialmente.

Cuando el Papa Francisco publicó Magnum Principium a principios de este año, delegando mayores poderes sobre las traducciones a las conferencias episcopales locales, el Cardenal Reinhard Marx indicó que los obispos alemanes abandonarían la versión más nueva.

Esto puede ponerlo en desacuerdo con el Papa. En 2007, la conferencia de obispos argentinos aprobó una nueva traducción, mientras que el entonces cardenal Jorge Bergoglio era su presidente. Esa traducción tenía «por muchos» en lugar de «para todos».

Monday, July 10, 2017

¿Qué vino sirve para la Eucaristía? ¿Puede ser pan sin gluten? Un nuevo documento vaticano da normas

Las hostias sin gluten no sirven para ser consagradas. El mosto de uva sí, en caso necesario, si no se ha cambiado "su naturaleza". Pueden provenir de cultivos modificados genéticamente. Estas son algunas de las aclaraciones de la nueva Carta circular a los Obispos sobre el pan y el vino para la Eucaristía que ha difundido por encargo del Papa la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Incluso se sugiere que los obispos pueden crear un sello de calidad que garantice el producto.

«Mientras que hasta ahora, por lo general, algunas comunidades religiosas se ocupaban de preparar el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, hoy se venden también en los supermercados, en otros negocios y a través de internet», el Dicasterio, sugiere a los Ordinarios que «para no dejar dudas acerca de la validez de la materia eucarística, dar indicaciones al respecto, por ejemplo, garantizando la materia eucarística mediante certificados apropiados».

Se recuerda que «el pan que se emplea en el santo Sacrificio de la Eucaristía debe ser ázimo, de sólo trigo y hecho recientemente, para que no haya ningún peligro de que se corrompa».

Se señala además claramente que «es un abuso grave introducir, en la fabricación del pan para la Eucaristía, otras sustancias como frutas, azúcar o miel. Es claro que las hostias deben ser preparadas por personas que no sólo se distingan por su honestidad, sino que además sean expertas en la elaboración y dispongan de los instrumentos adecuados».

Vino sin mezclar con sustancias

La Carta recuerda también que «el vino que se utiliza en la celebración del santo Sacrificio eucarístico debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas. [...] Téngase diligente cuidado de que el vino destinado a la Eucaristía se conserve en perfecto estado y no se avinagre.

Está prohibido utilizar un vino del que se tiene duda en cuanto a su carácter genuino o a su procedencia, pues la Iglesia exige certeza sobre las condiciones necesarias para la validez de los sacramentos. No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género, que no constituyen una materia válida».

Gluten y otros casos especiales

Sobre las normas respecto a las personas que, "por diversos y graves motivos, no pueden tomar pan preparado normalmente o vino normalmente fermentado", se lee que:

«Las hostias sin nada de gluten son materia inválida para la Eucaristía. Son materia válida las hostias con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan». Así como «es materia válida para la Eucaristía el mosto, esto es, el zumo de uva fresco o conservado, cuya fermentación haya sido suspendida por medio de procedimientos que no alteren su naturaleza (por ejemplo el congelamiento).

«La materia eucarística preparada con organismos genéticamente modificados puede ser considerada materia válida», afirma también la carta, que añade luego que «los que preparan el pan y producen el vino para la celebración deben ser conscientes que su obra está orientada al Sacrificio Eucarístico y esto pide su honestidad, responsabilidad y competencia».

La Carta está fechada el 15 de junio de 2017, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo y está firmada por el Card. Robert Sarah y por el Arzobispo Arthur Roche, Prefecto y Secretario respectivamente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Monday, June 5, 2017

Si no hay canto de Comunión, ¿cuándo se puede decir la antífona de comunión? y ¿quién la dice?

Instrucción General del Misal Romano (IGMR) 87:

IGMR 87: Para canto de Comunión puede emplearse la antífona del Gradual Romano, con su salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Graduale Simplex, o algún otro canto adecuado aprobado por la Conferencia de los Obispos.

Lo canta el coro solo, o el coro con el pueblo, o un cantor con el pueblo. Por otra parte, cuando no hay canto, se puede decir la antífona propuesta en el Misal. La pueden decir los fieles, o sólo algunos de ellos, o un lector, o en último caso el mismo sacerdote, después de haber comulgado, antes de distribuir la Comunión a los fieles.

IGMR 88: Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno.

¿Es correcto que un sacerdote celebre sin casulla (solo con alba y estola)? y ¿los sacerdotes concelebrantes?

No es correcto. Siempre se debe usar la casulla (excepto los concelebrantes en caso de necesidad):

Instrucción General del Misal Romano (IGMR) 336:

La vestidura sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de cualquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él. Pero antes de ponerse el alba, si ésta no cubre el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito. El alba no puede cambiarse por la sobrepelliz, ni siquiera sobre el vestido talar, cuando deba vestirse la casulla o la dalmática, o sólo la estola sin casulla ni dalmática, según las normas.

IGMR 337:

La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que se relacionan directamente con la Misa, es la casulla o planeta, a no ser que se determinara otra cosa, vestida sobre el alba y la estola.

IGMR 209:

Los concelebrantes, en la sacristía o en otro lugar apropiado, se revisten con las vestiduras sagradas que suelen utilizar cuando celebran la Misa individualmente. Pero si hay una justa causa, por ejemplo, un gran número de concelebrantes o falta de ornamentos, los concelebrantes, con excepción siempre del celebrante principal, pueden omitir la casulla o planeta, poniendo la estola sobre el alba.

Saturday, May 27, 2017

¿Por "todos" o por "muchos"? Resistencia a la reforma litúrgica conciliar, por Hilari Raguer, OSB

Ha causado estupor el cambio de las palabras de la consagración eucarística ordenado por la Congregación del Culto y asumido por nuestros obispos, imponiendo el "entregado por vosotros y por muchos" en vez del "por todos" pacíficamente arraigado.

Si desde el principio se hubieran traducido así las palabras de Jesús en la institución de la Eucaristía, ya sería discutible, pero el cambio tardío no puede dejar de producir la impresión de que el "muchos" deroga el "todos", y de que Jesucristo no murió por todos los hombres. ¿Habrán nacido algunos predestinados a la condenación eterna?

Se ha alegado una traducción literal del latín tradicional "pro multis", pero detrás del latín está el griego "pollois", y detrás del griego está el hebreo "rabbim", que no es limitativo sino indefinido y significa multitud, número infinito, como en el Siervo de Yahvé de Is 53,13.

Puestos a revisar versiones tradicionales con afán de literalidad, con el mismo criterio habría que cambiar también la última petición del padrenuestro según Mateo. El "libera nos a malo" latino se ha traducido siempre, en la liturgia, el catecismo y la piedad, por "líbranos del mal", cuando literalmente deberíamos decir "líbranos del malo", es decir, del demonio.

En el original griego de Mateo 6,13, leemos "ponerou", traducido al latín por "malo", pero no es ablativo del neutro "malum", "el mal", sino del masculino "malus", "el malo", "el maligno". En Mateo es una explicitación de la petición anterior: "no nos dejes caer en la tentación, antes líbranos del tentador", "del maligno".

En el fondo de esta aparente fidelidad al texto original hay que ver una resistencia a la reforma litúrgica conciliar, de la que se han dado ya repetidas muestras.

Tuesday, February 21, 2017

Francisco explica por qué improvisa tanto en las homilías, incluso descartando el texto preparado


Se ha publicado en Italia un libro titulado Nei tuoi occhi è la mia parola [En tus ojos está mi palabra] que recoge homilías y discursos de Jorge Mario Bergoglio entre 1999 y 2013, su etapa como arzobispo titular de Buenos Aires, a donde llegó como obispo auxiliar en 1992. El volumen incluye además una conversación de Francisco con Antonio Spadaro, S.I., director de La Civiltà Cattolica, donde el Papa explica el sentido general de su homilética.

“Las homilías para mí son algo tan ligado a la historia concreta del momento que después puede ser olvidada”, afirma Francisco al ser preguntado si recuerda la primera homilía que pronunció como sacerdote. “No es hecha para ser recordada por el predicador, que en su lugar es siempre empujado a avanzar”, añade a continuación.

No obstante, Francisco hace memoria y explica que “cuando en el seminario nos enseñaban homilética yo ya tenía una cierta aversión hacia los folios escritos en los que estaba todo. Y esto lo recuerdo bien. Estaba y estoy convencido de que entre el predicador y el pueblo de Dios no debe haber nada en medio. No puede haber un papel. Algún apunte escrito sí, pero no todo”. “Y lo he dicho también en la escuela, en ese tiempo. El profesor se sorprendió. Me preguntó por qué era contrario a preparar toda la homilía y yo le respondí: ‘Si se lee no se puede mirar a la gente a los ojos’”. “Esto –añade– lo recuerdo como si fuese hoy y sucedió antes de que fuese ordenado sacerdote”.

Mirar a la gente

Él mismo afirma que este pensamiento continúa presente como Papa y subraya que “lo que busco hacer todavía hoy es buscar los ojos de la gente. También aquí en la plaza de San Pedro”. Preguntado sobre cómo hace con tanta gente que le espera siempre en la plaza, Francisco explica que “cuando saludo hay una masa de gente, pero yo no la veo como masa: busco mirar al menos a una persona, un rostro preciso. A veces es imposible por la distancia. Es feo cuando estoy demasiado lejos. A veces lo intento sin conseguirlo, pero lo intento”. Y “si miro a uno después quizás también los demás se sientes observados, no como ‘masa’, sino como personas individuales”.

Para explicar mejor este aspecto, el Pontífice pone de ejemplo la Misa de clausura en Filipinas ante millones de personas, la cual “quizás no fue calurosa como hubiese querido”. “Amo mucho a aquella gente que era mucha”, sin embargo “en Taclobán (una isla de Filipinas hasta la que se desplazó), en medio de la lluvia, en esa situación de verdad difícil, sentí que podía mirar a las personas y hablarles al corazón. Era una comunicación directa. Las situaciones son imprevisibles, la comunicación es una cosa que acontece en el momento en el que acontece”.

A pesar de todo esto, “aquí debo leer a menudo las homilías” y “entonces me acuerdo de eso que decía cuando era estudiante. Por eso muchas veces me salgo del texto escrito que está preparado, añado palabras, expresiones que no están escritas. De esta manera miro a la gente. Cuando hablo debo hacerlo a alguno. Lo hago como puedo, pero tengo esta profunda necesidad”.

“Es cierto que a San Pedro se necesita ir con algo bien preparado, pero yo siempre tengo este deseo profundo que va más allá de los contextos formales. A veces no lo consigo por las circunstancias, y entonces no estoy contento. Tengo este impulso de salir del  texto y mirar a los ojos".

Los tres puntos característicos

Por otro lado, el Santo Padre también revela cómo se siente cuando en sus viajes debe ser traducido a la lengua del país para que la gente le pueda entender. “Querría no ser traducido y hablar el idioma, pero me he acostumbrado”.

Cuestionado sobre si hay diferencias entre sus homilías como Arzobispo y como Papa, afirma que “no lo sé”. “No, yo advierto diferencias. Es verdad que en algunos casos de arzobispo y de Papa la preparación es más formal y compleja”.

Francisco también confiesa por qué muchas veces en sus homilías o discursos habla de 3 puntos: “Me viene de los Ejercicios (de San Ignacio): es la formación jesuita”. “Los Ejercicios me vienen a la mente rápidamente, siempre. Me han formado. Desde entonces, desde el inicio, no noto una actitud radicalmente distinta respecto a cuando predicaba como párroco”. Pero, “lo importante es tener el corazón de pastor tanto de párroco como de obispo o de Papa”, afirma.

La Misa matutina en la Casa Santa Marta

En el libro, el Obispo de Roma revela también que las homilías de la mañana las comienza a preparar “el día anterior”. En concreto, “a mediodía del día anterior”. “Leo los textos del día siguiente y, en general, elijo una de las tres lecturas. Después leo en voz alta el pasaje que he elegido. Tengo necesidad de escuchar el sonido, de escuchar las palabras. Y después subrayo en el librito que uso aquellas que me han llamado más la atención. Rodeo con círculos las palabras que me han sorprendido”.

El Pontífice también cuenta que “durante el resto del día las palabras y los pensamientos van y vienen mientras hago lo que debo hacer: medito, reflexiono, saboreo las cosas… Hay días sin embargo en los que llego a la tarde y no me viene nada a la mente, en los que no tengo idea de qué diré al día siguiente”.

En estos casos, “hago lo que dice San Ignacio: me duermo con ello” y “entonces, rápidamente cuando me despierto, viene la inspiración. Vienen cosas justas, a veces fuertes a veces más débiles. Pero es así: me siento preparado”.

Wednesday, February 15, 2017

Comulgar en la mano o en la boca es un derecho de cada fiel, por Martín Gelabert Ballester, OP

"En una iglesia del corazón de Madrid que frecuento muy poco... me han negado insistentemente la comunión... por no ponerme de rodillas. He tenido que decir, en voz alta, defendiéndome, que no podía arrodillarme... por motivos de salud". Estas palabras las ha escrito, recientemente, con tristeza, una buena persona, como un desahogo. No es el primer caso que conozco.

Hay que decir, con toda claridad y firmeza, que el comulgar en la mano o en la boca, de pié o de rodillas, con calcetines rojos o verdes, es un derecho de cada fiel. Y el presbítero, el diácono, o el ministro de la comunión, no puede negarle este derecho.

Es penoso que algunos, en cuanto se ponen una sotana, se consideren los amos de la fiesta, olvidando que son servidores o ministros, o sea, menores al servicio de los fieles. Los gustos del que distribuye la comunión no cuentan; cuenta el derecho del que la recibe.

Cierto, en las celebraciones de la plaza de San Pedro no se distribuye la comunión en la mano, por un motivo serio: evitar que alguien pueda quedarse con la forma y utilizarla sacrílegamente. Por eso, en toda ocasión, el que recibe la comunión en la mano debe llevársela a la boca delante del ministro. Por otra parte, en la plaza de San Pedro la mayoría de los que reciben la comunión lo hacen de pié y no de rodillas.

Hablando de celebraciones, no está de más recordar que el presidente es responsable de que se celebre dignamente. Precisamente, en nombre de la dignidad, debe procurar que la liturgia sea gustosa para los asistentes. Por eso conviene alternar las distintas posibilidades que ofrece la liturgia, los prefacios y las plegarias eucarísticas. Repetir siempre la plegaria eucarística número dos no es celebrar bien. La celebración comporta también un ritmo para que se entienda lo que se dice y se lee. Leer deprisa o sin el tono adecuado, no es celebrar dignamente.

Además, el celebrante debe favorecer que la conocida como "oración de los fieles", sea lo que su nombre indica. Un modo sencillo de conseguirlo es pedir a algunos que preparen las oraciones para luego leerlas. O, en según qué circunstancias, que puedan decirlas espontáneamente.

Todas esto se soluciona cuando hay un verdadero diálogo eclesial, cuando el sacerdote conoce a los fieles y se gana su confianza, cuando cada uno respeta el papel de los demás, cuando hay un poco de flexibilidad y sentido común. En definitiva, se soluciona desde la normalidad.

Tuesday, February 14, 2017

¿Qué tendrían que hacer los divorciados para comulgar en misa?

El Papa Francisco, en base al informe final del Sínodo aprobado por los obispos (2015), ha reconocido la posibilidad de que comulguen en misa los divorciados vueltos a casar, las personas que convivan establemente y las que se encuentren en situaciones semejantes.

Esta posibilidad, por cierto, siempre ha existido para quienes simplemente se han separado o divorciado y no han contraído una nueva unión; y, de antiguo, para quienes manteniendo una convivencia seria, se abstienen de la intimidad sexual (San Juan Pablo II en Familiaris consortio).

En Amoris laetitia el Papa, sin cambiar la doctrina tradicional sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio sacramental, introduce un cambio en la disciplina de acceso a la comunión eucarística. No añade excepciones, como la mencionada sobre la abstención de relaciones sexuales. En cambio, establece orientaciones generales que debieran aplicarse a todo tipo de casos y ofrece algunos criterios que han de ser considerados.

Las orientaciones generales son tres:

  • voluntad de integración de todos, 
  • necesidad de un acompañamiento
  • discernimiento en conciencia. 

Este último puede parecer novedoso, pero pertenece a la más auténtica y antigua tradición de la Iglesia.

El Evangelio de Jesús es una apelación al corazón de las personas que solo puede ser acogido libremente, sin coacción, sin miedo. En Amoris laetitia el Papa ha subrayado la importancia del debido respeto a los laicos que deben tomar las decisiones que atañen a sus vidas con recta conciencia; es decir, en última instancia, solos delante de Dios (AL 42, 222, 264, 298, 302, 303).

Lo hace incluso a modo de autocrítica: "... nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas" (AL 37). Por otra parte, estas personas deben saber que nadie puede acusarlas de estar en pecado mortal y, por el contrario, deben creer que la gracia de Dios nunca les faltará para crecer en humanidad (291, 297, 300 y 305); y que pueden contar siempre con el amor incondicional de Dios (AL 108 y 311).

Antes de esto, sin embargo, el Papa pide a los católicos que se encuentran en estas situaciones llamadas irregulares que tengan un acompañamiento pastoral. Lo hace en estos términos: "Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal" (AL 312).

La voluntad de Francisco es integrar a todos (AL 297). Ha de verse cómo y, por cierto, no puede hacérselo de un modo irresponsable. Esta integración, pensamos, solo tiene sentido cuando las mismas personas quieren integrarse lo más posible a la vida eclesial, y no recuperar simplemente la comunión como un derecho perdido.

El Papa ofrece una serie de criterios para que estas personas puedan ir reintegrándose lo más posible a la vida eclesial. Estos criterios aparecen algo desperdigados en el capítulo octavo. Aquí los desplegamos y también recogemos lo que en ellos pudiera quedar implícito. Probablemente no son los únicos, pero son los principales. En cualquiera de los casos debe considerarse:

- El grado de consolidación (AL 298) y estabilidad de la nueva relación (AL 293).
- La profundidad del afecto (AL 293).
- La voluntad y prueba de fidelidad (298).
- La intención y prueba de un compromiso cristiano (AL 298).
- La responsabilidad con los hijos del primer matrimonio (AL 293, 298 y 300).
- El sufrimiento y confusión que ha podido causar a los hijos el fracaso del primer matrimonio (AL 298).
- La responsabilidad con los hijos del nuevo vínculo afectivo (AL 293).
- La situación del cónyuge cuando ha sido abandonado (AL 300).
- Las consecuencias que tiene la nueva relación para el resto de la familia y la comunidad eclesial (AL 300).
- El ejemplo que se da a los jóvenes que se preparan al matrimonio (AL 300).
- La capacidad para superar las pruebas (AL 293).

Será especialmente importante:

- Un reconocimiento de la irregularidad de la nueva situación (AL 298).
- Una convicción seria sobre la irreversibilidad de la nueva situación (AL 298).
- Un reconocimiento de culpabilidad -si la ha habido- en el fracaso del primer matrimonio (AL 300).
- Un conocimiento de la seriedad de los compromisos de unidad y fidelidad del primer matrimonio, y de las exigencias de verdad y de caridad de la Iglesia (AL 300).

Es necesario recordar que el texto citado más arriba señala que el acompañamiento requerido también puede realizarlo una persona laica entregada al Señor. Esto facilitará la ayuda en este discernimiento a quienes han tenido una experiencia traumática con algún sacerdote durante la celebración del sacramento de la reconciliación o a quienes estiman que el presbítero disponible no es quien mejor puede acompañar.

Esta posibilidad pastoral que Amoris laetitia reconoce a quienes actualmente no pueden comulgar en misa debe entendérsela como el reverso del deseo de la misma Iglesia de comulgar con ellos. La Iglesia acepta que comulguen porque ella quiere, y necesita, comulgar con ellos, con sus sufrimientos, con sus esfuerzos por salir adelante, con sus aprendizajes dolorosos y con su crecimiento espiritual.

Este es el tono general de la exhortación del Papa Francisco. Por nuestra parte podemos agregar que si la jerarquía eclesiástica, los matrimonios y las familias bien constituidas, no tuvieran nada que aprender de los divorciados unidos en nuevos vínculos y de sus segundas familias; si se descartara que ellos, precisamente en circunstancias de vida turbulentas, han podido tener una experiencia espiritual que puede inspiradora para los demás cristianos, a la comunión eucarística le estaría faltando algo fundamental.

Autor: P. Jorge Ostadoat, SJ

La Palabra de Dios en la liturgia

La Palabra de Dios hoy es un punto de profundización en la vida de la Iglesia. Mucho se ha avanzado, tanto en las traducciones como en el amor a la Palabra de Dios en la Iglesia. Hoy la Palabra se hace accesible de nuevo para comulgar con ella: ¡Pan de la Palabra!

Por doquier se ha difundido el Evangelio de cada año, y muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, contemplativos, toman contacto con el Señor por medio del Evangelio de cada día, además de la difusión de la Liturgia de las Horas, también entre los seglares, el ejercicio de la lectio divina, etc.; todo esto hace que oremos con las palabras mismas del Señor, cantando los salmos, escuchando las lecturas, la Palabra proclamada en la Eucaristía…

Pero en este avance, hay un déficit: se proclama la Palabra en la liturgia y se ora con ella, pero la descontextualizamos, sin saber porqué este texto se proclama aquí y no en otro sitio, por qué en este ciclo litúrgico y no en aquél, y cómo se reparten los libros bíblicos en el leccionario.

Este desconocimiento hace que la Palabra pierda fuerza y continuidad para la contemplación personal y comunitaria, aunque la clave y la solución sería estudiar la Ordenación general del Leccionario de la Misa.

La profundización en la Palabra de Dios llevará a una valoración y mayor relieve de la Palabra en la liturgia:

En primer lugar no sustituyendo jamás la Palabra de Dios por ningún otro texto, sea cual sea, o no cantar el salmo responsorial entonando en su lugar cualquier cancioncilla. La profundización en la Palabra induce y anima a cantar los salmos con amor, descubriendo el valor de la oración con la Palabra cantada.

Este amor a la Palabra revisará y cuidará el lugar de la Palabra, el ambón –según las normas litúrgicas, amplio, elevado, bello, en conformidad con el estilo artístico de la Mesa de altar-, digno y revestido de paños con los colores litúrgicos, reservado sólo para la proclamación de la Palabra y excluyendo otros usos (moniciones, avisos, dirigir devociones).

La profundización en la Palabra, por último, hará que ésta sea audible, bien proclamada, en enunciación y tono, en pronunciación y musicalidad, preparándose los lectores las lecturas para hacerlas oración y proclamarlas con unción.

Cualquiera no puede ser lector en la asamblea litúrgica, sino los más cualificados para la lectura en público pues el lector en la celebración litúrgica es el último eslabón de la revelación, el momento en el que Dios va a hablar a su pueblo en el “hoy” de la Iglesia. Recordemos, pues, lo que Juan Pablo II señaló:

“Hace falta una pastoral litúrgica marcada por una plena fidelidad a los nuevos ordines. A través de ellos se ha venido realizando el renovado interés por la palabra de Dios según la orientación del Concilio, que pidió una «lectura de la sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada» (n. 35)” (Spiritus et Sponsa, 8).

La Palabra es la comunicación hoy del Corazón de Cristo a su Iglesia; sigue haciéndonos beber de sus Misterios, llevándonos por el Espíritu Santo a la comprensión de la Verdad.

Así fue siempre en la Tradición de la Iglesia. Pensemos cómo, cuando el Leccionario aún no estaba definitivamente organizado, el Obispo elegía la lectura y su extensión, la proclamaba un lector instituido, se cantaba el salmo… y después, en la homilía o sermón, se explicaba paso a paso el texto bíblico. De este modo nos han llegado preciosos comentarios homiléticos de los Padres. Para ellos la Palabra de Dios en la liturgia era eficaz y abundante, digna de toda consideración y acogida espiritual.

Autor:  P. Javier Sánchez Martínez

De canto, coros, jóvenes, ensayos y liturgia...

Una vez, un joven sensato, que canta en el coro de su parroquia, me mandó una pregunta muy bien planteada:

“Por desgracia muchas veces se nos olvida y nos quedamos en: “vamos a cantar canciones bonitas"; “yo no voy al coro porque las canciones que ponen no me gustan… que rollo el cura"; “que rollo el ensayo, yo no voy…” Nos olvidamos que lo que nosotros llamamos ensayo es solo la preparación de algo tan importante como la Eucaristía. Y que nosotros no estamos para lucirnos cantando, estamos para ayudar a orar, primero a nosotros mismos y despues al resto de personas que están presentes. ¿Qué hacer para fomentar en el coro… una fe madura (bueno me he ido demasiado alto, en vías de madurar) y que no se quede todo en vamos a cantar canciones divertidas y a charlar con l@s amig@s? ¿Deberíamos enfocarlo más que como un ensayo como una preparación a la eucaristía?” 

Voy a tratar de responder.

-El coro de una parroquia está al servicio de la liturgia, para orar cantando y para que todos canten las partes que les corresponden, no poniendo la liturgia al servicio del coro, que impone canciones simpáticas, con ritmo, con marcha porque “se lo pasan bien". Es la liturgia la que debe determinarlo y el procurar que todos canten.

-Cualquier música no sirve, ni cualquier letra: estamos en el ámbito de lo sagrado, del encuentro con el Señor. Aquellas canciones que pueden estar bien para una convivencia, una excursión, un fuego de campamento, chocan con la naturaleza espiritual, orante, de la liturgia. Los famosos “cancioneros juveniles” ofrecen cantos sin estilo alguno, muy poco bíblicos, sentimentales, y cambiando la letra a elementos que no se pueden alterar (por ejemplo, el Gloria, el Credo, el Santo, el Padrenuestro…) ¿Por qué no utilizar el Cantoral litúrgico Nacional, por qué no aprender a cantar el salmo responsorial…?

-Tiene mucha importancia la letra de los cantos -¡qué pobres tantas veces!- porque deben expresar la fe de la Iglesia, y no otras cosas, y la letra con su música permite que se memorice el contenido más fácilmente. Por eso un buen canto, un salmo, etc., al memorizarse, sirven como pedagogía de la fe. El canto litúrgico es muy educativo.

-Quienes dirijan el coro, con mucha paciencia, deben inculcar el sentido de la liturgia y la función tan importante de un coro al servicio de la liturgia; deben amar mucho a Jesucristo y a la Iglesia y contagiar ese amor a todos los jóvenes del coro.

-El momento del ensayo debería incluir al empezar un momento de formación. Explicar el sentido y la función de cada canto en la Misa: el canto de entrada, o porqué el Gloria, etc… con el Directorio “Canto y Música en la celebración”, explicando las partes de la Misa y cada tiempo litúrgico y sus características (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua…)

-Se debe procurar una breve catequesis sobre el canto que se ensaya: qué se dice, cuáles son las afirmaciones de la fe de ese canto… Sería una introducción espiritual a cada canto, tal vez, un canto bien explicado cada dos semanas.

Un ensayo de un coro parroquial puede ser un momento formativo, de catequesis, de iniciación a la liturgia muy fecundo para los jóvenes. No se trata –no lo olvidemos- de cantar EN la Misa, sino de cantar LA Misa. Y, por cierto, lo escrito anteriormente no es una teoría irrealizable, sino experiencia vivida.

Si lográramos superar de una vez por todas la vulgaridad musical de la liturgia, con ritmos profanos y letras sentimentales de dudoso corte eclesial, un coro tendría dos finalidades magníficos:

-potenciar la solemnidad, la oración y el canto en la liturgia, que es medio de participación activa de todos para unirse al Misterio
-y ser un lugar de evangelización para los mismos jóvenes, que podrían ser formados en los ensayos, conocer la doctrina de la fe mediante el canto, recibir una instrucción adecuada sobre Cristo y sus Misterios a lo largo del año litúrgico.

Mientras se busque sólo la distracción, que sea entretenida y alegre la liturgia, estaremos perdiendo la referencia a la esencia de la música y de un coro de jóvenes en las parroquias.

Autor: P. Javier Sánchez Martínez

El salmo responsorial: ¡cantemos!

La Introducción al Leccionario de la Misa destaca el valor del salmo responsorial en la Misa, su canto, su valor espiritual y catequético, así como la imposibilidad de sustituirlo por cualquier otro canto.

El salmo, en la liturgia de la Palabra, provoca la respuesta de fe y el asentimiento al diálogo de salvación que Dios realiza en la acción litúrgica. Va en relación con el contenido de la primera lectura, o con el sentido general del tiempo: salmos mesiánicos en Navidad (“Cantad al Señor un cántico nuevo…”) o salmo pascual 117 a lo largo de la cincuentena pascual (“La piedra que desecharon los arquitectos…”).

Una mala praxis ha arrinconado el canto del salmo, incluso en coros y corales en las grandes solemnidades, recitándolo simplemente con lo que se reduce a ser una lectura más con menos resonancia poética y espiritual. Es curioso que coros parroquiales o corales para grandes días canten todo (hasta lo que no hay que cantar, como el inexistente “Canto de paz”, y se olviden o ignoren siempre el salmo).

Otra praxis, aún más grave, prefiere cantar cualquier otro canto con tal de cantar algo: ¿se puede sustituir acaso la Palabra de Dios inspirada por una palabra humana?

Una gran ayuda es el “Libro del salmista” que el Secretariado Nacional de Liturgia en España publicó hace años, con la musicalización de todos los salmos responsoriales y sus respuestas, y que debiera ser un referente para la liturgia eucarística dominical cuando el coro prepara o ensaya los cantos. Y, si no hubiere salmista para cantar él solo las estrofas desde el ambón, al menos que se cante la respuesta cada domingo.

Siempre ha formado parte integrante de la liturgia de la Palabra; y lo ha sido de forma sencilla: el cantor entonaba un verso o antífona que luego repetían todos los fieles, y así contestaban a cada estrofa. Es el “gradual”, como antes lo llamaba la liturgia romana, porque se cantaba desde las gradas o escalones del ambón.

Tanto fue el aprecio de la Iglesia por el salmo que se cantaba en la liturgia que los Padres de la Iglesia predicaban muchísimas veces al pueblo partiendo del salmo que se había cantado o comentando incluso el mismo salmo, versículo a versículo. Así tenemos comentarios a los salmos de S. Hilario de Poitiers, una serie de Orígenes, una carta-tratado de S. Atanasio para interpretar los salmos, una colección de homilías de S. Juan Crisóstomo, o las magníficas “Enarrationes” sobre los salmos del gran san Agustín.

Recordemos lo que prescribe la Ordenación del Leccionario de la Misa:

 “El salmo responsorial, llamado también gradual, dado que es “una parte integrante de la liturgia de la palabra”, tiene gran importancia litúrgica y pastoral. Por eso hay que instruir constantemente a los fieles sobre el modo de escuchar la palabra de Dios que nos habla en los salmos y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto “se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna”. También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el por qué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su relación con las lecturas.

El salmo responsorial ordinariamente ha de cantarse. Hay dos formas de cantar el salmo después de la primera lectura: la forma responsorial y la forma directa. En la forma responsorial, que se ha de preferir en cuanto sea posible, el salmista o el cantor del salmo, canta la estrofa del salmo, y toda la asamblea participa cantando la respuesta. En la forma directa, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, y la asamblea escucha, o bien el salmista y los fieles juntos.

El canto del salmo o de la sola respuesta contribuye mucho a comprender el sentido espiritual del salmo y a meditarlo profundamente. En cada cultura debe utilizarse todo aquello que pueda favorecer el canto de la asamblea, y en especial las facultades previstas en la Ordenación de las Lecturas de la Misa referentes a las respuestas para cada tiempo litúrgico.

El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, ha de recitarse en la forma más adecuada para la meditación de la palabra de Dios. El salmo responsorial se canta o se recita por un salmista o por un cantor desde el ambón” (OLM 19-22).

Desde que leí esta afirmación de san Juan Crisóstomo no la he podido olvidar por lo gráfica e impactante que es refiriéndose al estribillo del salmo responsorial:

"Yo os exhorto a no salir de aquí con las manos vacías, sino a recoger las respuestas como perlas, para que las guardéis siempre, las meditéis y las cantéis a vuestros hijos” (Com. Sal 41).

Esta frase sirve bien de resumen y acicate para que recuperemos el salmo responsorial en nuestra liturgia.

Resumiendo en algunos puntos lo expuesto:

  • Los salmos deben ser alimento constante para la oración personal, repetirlos, cantarlos, asimilarlos, memorizarlos, porque esa es la Tradición de la Iglesia.
  • El salmo responsorial, al que alude el Crisóstomo, se cantaba desde el ambón (no se sustituía por un canto cualquiera) y el pueblo participaba cantando la antífona como estribillo. Este salmo era objeto muchísimas veces del comentario homilético del Obispo (y esto era práctica común en todos los ritos y familias litúrgicas y en la praxis de los Padres de Oriente y Occidente).
  • El pueblo participaba en la sagrada liturgia cantando, oyendo al salmista, respondiendo con el canto. No asistía en silencio a un rito incomprensible, sino que tomaba parte cantando, rezando, respondiendo. Y esto mismo le otorgaba un carácter sagrado a la celebración: cantaban a Dios, cantaban delante de Dios, cantaban las palabras de Dios (los salmos y antífonas).

Participar activa, consciente, plenamente es hacer propio, asimilar e interiorizar las oraciones litúrgicas, las lecturas, el salmo. Es lo que ofrecía el Crisóstomo a su pueblo: tomar la antífona del salmo responsorial como “bastón de viaje” que lo acompañara siempre después del Oficio. La participación litúrgica es orar con los textos que el sacerdote pronuncia, interiorizar las lecturas bíblicas en las que Dios sigue hablando a su pueblo, dejarse empapar por el estilo y el contenido de los textos que se proclaman, se rezan o se cantan en la divina Liturgia.

¡Y cuántas cosas más se podrían añadir…!

Empecemos -¡atención los coros parroquiales!- a cantar el salmo responsorial. Y todos a vivir una sincera espiritualidad litúrgica.

Autor: P. Javier Sánchez Martínez

Monday, February 13, 2017

Sencillas recomendaciones a los lectores

Es bueno recordar cosas sencillas, porque en ocasiones las damos por ya sabidas, y tal vez no se saben, o porque recordándolas, las podemos afianzar. En este caso la catequesis va dirigida a los lectores de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas

Es un servicio litúrgico de gran importancia, nunca una excusa para intervenir, ni tampoco un ‘derecho’ de nadie. Es un servicio litúrgico de quien sabiendo la importancia de lo que lee, sabe proclamar en público la Palabra de Dios sin arrogancia, ni protagonismo alguno. No todos pueden ni deben leer, porque no todos lo saben realizar adecuadamente.

Ofrecemos unas recomendaciones sencillas para los lectores. Tal vez imprimirlas y difundirlas podría ser un apostolado litúrgico sencillo pero eficaz.

* El lector debe entender la Palabra que proclama; si no la entiende, no puede darle el sentido que tiene. Primero debe ser oyente de esa Palabra -haberla leído antes, captado, rezado- y luego será el portavoz para la Iglesia.

* Clara conciencia de que en ese momento se convierte en portavoz de la Palabra de Dios, en su altavoz, para que todos escuchen la Revelación que se da. En consecuencia debe ser fiel transmisor de una Palabra que procede de Dios, escrita por los autores sagrados (: hagiógrafos) y cuyo último eslabón es el propio lector para que llegue esa Palabra a la Iglesia, aquí y ahora, en la celebración de los Santos Misterios.

* Hay que tener especial cuidado con las palabras difíciles, nombres inusuales, estilo de la misma lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), y por eso es bueno repasar ante las lecturas.

* El lector comunica la Palabra de Dios no sólo con las palabras pronunciadas correctamente (correctamente, claro, no precipitadamente) sino también con el convencimiento, el tono, el volumen, las inflexiones de voz según las frases. No es “hacer teatro", sino comunicar adecuadamente, porque es distinto leer para uno mismo que leer para los demás en alta voz haciendo que los oyentes y el propio lector se enteren bien de la lectura.

* La preocupación de lector debe ser que todos se enteren y escuchen bien la Palabra de Dios: para ello procurará leer despacio, alto y claro, con ritmo (ni demasiado lento que distrae, ni demasiado rápido que aturde), vocalizando, ya que el sonido llega más lento al oído del oyente. Para eso, además, hay que mirar que el micrófono esté encendido y a la altura adecuada para recoger la voz, sin pegarlo a la boca.

* Antes de comenzar, cerciorarse de que es la lectura correcta: el libro debe estar abierto (y si no abrirlo por la cinta que debe estar de modo lateral), fijarse en el día de la semana en que se está o en qué fiesta o solemnidad. Se ha dado el caso de que el que ha leído en la misa anterior no ha dejado la cinta en su lugar adecuado, y el que lee en la siguiente Misa no se da cuenta y lee la lectura del día siguiente o del anterior. También esto es señal de que no se ha preparado antes la lectura ni se ha mirado el leccionario, tristemente.

* Al comenzar la lectura no se lee nunca lo que está en rojo, con tinta roja: “IV Domingo de Cuaresma", ni el orden de las lecturas tampoco se lee porque está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura". Es decir, nunca se lee lo que esté escrito en letra roja, porque son indicaciones, no texto para leer en alta voz.

* Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina haciendo una pequeña pausa con “Palabra de Dios”, no seguido, como si formase parte del texto, o leído como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “Palabra de Dios". Como es una aclamación, y no una información, no se dice: “Es Palabra de Dios", ni tampoco se dirá “Esto es Palabra de Dios".

* El salmo habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese, porque la naturaleza del salmo es la de ser un poema cantado, una plegaria con música. Si hay que leerlo, no se dirá “Salmo responsorial” (porque está escrito en rojo) sino directamente lo que todos van a repetir, por ejemplo: “Mi alma tiene sed del Dios vivo", dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.

* El Aleluya no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.

* Lo ideal será que en todas las Misas haya un lector y a ser posible un lector distinto para cada lectura. El salmista es el cantor del salmo; si no lo hay, mejor un lector distinto que aquel que haya leído la primera lectura.

* El lector o los lectores deben acercarse dignamente al ambón para leer, sin carreras ni precipitación, con dignidad. Lo harán cuando los fieles hayan respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. Si son varios lectores, mejor que entonces vayan todos juntos, hagan inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y suban a la vez hacia el ambón para evitar las idas y bajadas entre lecturas.

* Al final, dejar la cinta del leccionario bien colocada, de manera lateral y no hacia abajo, evitando que desaparezca entre las hojas del libro y evitar confusión alguna al siguiente lector.

Fuente: P. Javier Sánchez Martínez/infocatolica

El Lavabo de manos en la Misa

La oblación de los fieles está documentada entre otros por san Cipriano, san Ambrosio, san Jerónimo, san Agustín, san Cesáreo de Arlés, san Gregorio Magno y el Ordo Romanus (OR) I.

Las Constituciones Apostólicas establecían la materia de las ofrendas: «No se ha de llevar cualquier cosa al altar, salvo en su época, las espigas nuevas, las uvas, también el aceite para la santa lámpara y el incienso para el momento de la divina oblación. Las demás cosas que se presenten sean destinadas a la casa, como presentes para el obispo o los presbíteros, pero no para el altar» (VIII, 47,3-4 SC 336,274-276).

Sabemos por las mismas Constituciones (VIII, 12,3) que los dones aportados por el pueblo eran llevados por los diáconos al altar. Lo mismo decía la Tradición Apostólica: offerant diaconi oblationes (c. 4). Las aportaciones de los fieles se convirtieron en Occidente en una auténtica processio oblationis. Más tarde, en Roma según atestiguan los Ordines, el traslado de los dones fue una tarea clerical sin solemnidad especial: OR I, 69ss (OR II, 91ss).

El complicado esquema de la Misa papal en el Ordo I era así:
Ritos de ofertorio:
Disposición del corporal y del cáliz sobre el altar.
Recolección de la ofrenda de pan del Senatorium por parte del Papa.
Recolección del vino ofrecido por el pueblo por parte del archidiácono.
Recolección de las ofrendas del clero menor y del resto del pueblo por parte de un obispo.
Recolección de las ofrendas por parte del Papa in parte feminarum
Lavabo.
Disposición del pan ofrecido sobre el altar
Ofrecimiento del vino por parte del Papa y diáconos y del agua de parte de la schola
Recolección de las ofrendas de los presbíteros hebdomadarii y diáconos por parte del Papa.
Ofrenda del pan por parte del Papa.
Oración.

Se recogían las ofrendas por sectores, tanto el Papa, como un obispo y un archidiácono, y estas ofrendas eran el pan y el vino para la Eucaristía que se celebra.

El lavabo está como un rito en la mitad del ofertorio, antes de recoger la ofrenda del vino. Así vemos que en la Misa papal, su uso no es higiénico ni práctico, sino simbólico y espiritual, porque luego sigue la recolección de ofrendas.

En la Misa papal y episcopal, en el ámbito romano-carolingio, el lavabo es habitual; tardó algunos siglos más en extenderse también a la Misa presbiteral o Misa celebrada por un sacerdote.

El lavabo en la Misa, después de preparar los dones eucarísticos sobre el altar, no es por un valor higiénico, ya que es innecesario, sino espiritual, simbólico, ayudando tanto al sacerdote como a los fieles a disponerse interiormente, con corazón puro, al Sacrificio eucarístico. Es la explicación que ofrece san Cirilo de Jerusalén en su Catequesis:

“Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar. Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: «Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor» (Sal 26,6)? Por consiguiente, lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado” (Catequesis Mistagógica V, 2).

Se suele afirmar en ocasiones que el lavabo de las manos del sacerdote corresponde a que se manchaba después de recibir las ofrendas de los fieles. Sin embargo, las ofrendas no eran tocadas por el sacerdote, sino, en todo caso, por los diáconos al pie del altar. Además, no en todos los ritos y familias litúrgicas existía tal procesión de ofrendas de todo tipo, sino que en algunos ritos sólo los diáconos llevaban en procesión al altar el pan y el vino necesarios.

Ayudado por diáconos o acólitos, el sacerdote se lavaba las manos y luego se las secaba, normalmente en el área del altar. La estilización del gesto y el alegorismo llevó a que sólo se lavase las puntas de los dedos índice y pulgar para tocar la Hostia, perdiendo visibilidad el gesto y el sentido de purificación interior de toda la persona antes de ofrecer la Oblación, centrándolo sólo en el respeto a la Hostia.

Vayamos a la actual normativa del Misal. Lo primero que tal vez pueda sorprendernos es que el lavabo de las manos del sacerdote ni se ha suprimido ni se presenta como optativo, a gusto de quien preside. Es obligatorio, si bien se constata cómo en tantos y tantos lugares se omite el rito a voluntad:

“En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR 76).

“Después de la oración Acepta, Señor, nuestro espíritu humilde, o después de la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua” (IGRM 145).

En la esquina del altar (nunca en el centro), los acólitos lavan las manos del sacerdote (no solamente las yemas de los dedos); y si no hubiere ministro, un recipiente en la credencia (la mesa auxiliar) permitirá al sacerdote lavarse las manos con humildad.

Lavarse las manos por parte del sacerdote es algo expresivo, significativo, que pide la purificación y pureza interior para ofrecer el Sacrificio de la Eucaristía. Esas manos, ungidas el día de la ordenación, se lavan para que sean transparentes y diáfanas y puedan comunicar el Espíritu Santo. Hace consciente de la gran pureza interior para ofrecer el Sacrificio; hace consciente de la pequeñez del sacerdote y la necesidad de ser sostenido por la Gracia. Pide en silencio mientras se lava: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.

Fuente: P. Javier Sánchez Martínez

«La responsabilidad de comulgar recae en la conciencia del divorciado vuelto a casar», por el Cardenal Sistach

El cardenal Sistach explica que «La alegría del amor» no fija normas sobre el acceso a los sacramentos porque estas «siempre dejan fuera algún caso concreto»

Formar parte de los dos sínodos consecutivos que el Papa Francisco convocó en 2014 y 2015 para reflexionar sobre la realidad de la familia le ha permitido al cardenal Lluís Martínez Sistach (Barcelona, 1937) ser un conocedor privilegiado de la exhortación apostólica «La alegría del amor».

«Todavía resuena en mis oídos la letra y la música de aquellas asambleas», asegura el prelado catalán, que acaba de pasar por Madrid para presentar «Cómo aplicar Amoris laetitia» (Claret). Su libro aporta novedades y precisiones sobre cómo se deben entender los textos que han sido motivo de controversia, como el capítulo dedicado a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente.

—¿Por que cree que la opinión pública y algunos sectores de la Iglesia han puesto el acento en la comunión de los divorciados vueltos a casar cuando las nuevas generaciones ya no optan por el matrimonio?

—La exhortación del Papa se preocupa de los divorciados, pero se preocupa mucho más todavía del matrimonio. El capítulo cuarto es un tratado de bolsillo del amor conyugal. A veces hemos presentado una visión del matrimonio pesada, difícil, que es una carga. La exhortación, en cambio, presenta toda su belleza, todo lo que realiza a las personas en todos los aspectos.

—¿Cree que la «dubia» de los cuatro cardenales, las aclaraciones del cardenal Müller y las guías de los obispos de Malta, Alemania y Buenos Aires son una muestra de la variada interpretación que ha tenido la exhortación?

—Yo diría que obedece a la situación de los matrimonios en cada lugar. El Papa ya avisó que lo que en algún lugar del mundo podía parecer normal, en otros podía ser considerado anormal. Las culturas son distintas y esto hace que los que reciben el contenido del documento lo tengan que encarnar en su cultura. Y eso cuesta entenderlo porque todos miramos el mundo con nuestra visión local. Pero yo pienso que la exhortación es nítida y, en especial, el capítulo ocho (dedicado a los divorciados). Es un principio de moral tradicional de las circunstancias atenuantes y eximentes que se aplican en este caso a los divorciados casados civilmente, pero que antes se aplicaba a todos los actos humanos en su valoración ética.

—Hay católicos que consideran un recurso molesto el que los divorciados casados civilmente que quieren comulgar deban recurrir al discernimiento de la mano de un sacerdote porque puede llevarles a buscar uno que les diga lo que esperan oír....

—El riesgo es este, sin duda. El sacerdote tiene que ser muy objetivo y tiene que dejar al interesado hablar, reflexionar y que se examine. Esto requiere un proceso largo, serio, que no se haga para quedar bien. Que no se haga solo para ir a comulgar. El discernimiento con la ayuda de un sacerdote puede molestar pero puede ayudar a su vida cristiana. En Occidente hemos olvidado el acompañamiento espiritual, pero necesitamos a veces discernir con ayuda de alguien. Un hombre de Dios nos puede dar elementos de reflexión para que nuestra conciencia responda delante de Dios.

—¿Qué criterios deben iluminar ese acompañamiento?

—La pureza de la intención, que el interesado busque el amor de Dios, el bien de la Iglesia porque no hay que engañar a Dios. Sobre todo debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto, qué consecuencias ha tenido, cómo ha participado él en esas consecuencias. Sobre la nueva unión hay que ver si es estable, si hay hijos, si se les bautiza y catequiza, si se celebra la fe. Esos son elementos a tener en cuenta para ver cuál es la actitud del interesado. Luego hay que ver si hay circunstancias atenuantes o eximentes, situaciones en la que la persona es inepta para tomar decisiones.

—Esas circunstancias atenuantes o eximentes, ¿cuáles son?

«El interesado debe reflexionar sobre cómo ha ido el matrimonio anterior, cómo se ha roto y qué consecuencias ha tenido»—Se tiene que ver de cara a la nueva unión. La situación en la que se encuentran los hijos, el padre y la madre, a veces incluso su estado de salud. Es difícil de concretar porque hay cosas que quizás uno no las piensa y para una persona son muy importantes. De ahí que el documento del Papa diga que ni el sínodo ni la exhortación establecen unas normas porque las normas siempre se dejan fuera algún caso concreto.

—La responsabilidad de que la persona pueda volver a comulgar recae entonces en el sacerdote que hace ese acompañamiento...

—No, la responsabilidad de volver a comulgar recae en el interesado, no en el sacerdote. No es la conciencia del sacerdote la que está en juego. Porque cada uno seremos juzgados por nuestra conciencia. El sacerdote tiene que ayudar a la persona a hacer un discernimiento y llegar en conciencia —lo más pura y objetiva posible— a ver cuál es su situación delante de Dios y si en su caso se da alguna circunstancia atenuante o eximente. Si se constata que no se da alguna de esas circunstancias atenuantes o eximentes la persona no podrá confesar ni comulgar pero podrá dar un paso dentro de la Iglesia para su vida cristiana, de conversión, de acercarse más a Dios.

—El capítulo sobre los divorciados, ¿es contradictorio con el magisterio de otros Papas sobre el matrimonio?

—No. Podemos afirmar que «Amoris laetitia» no admite a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar civilmente. El Papa en «Amoris laetitia» no habla de «categorías», sino de personas» y es bajo ese aspecto que es necesario el proceso de discernimiento que configura una lógica distinta de aquella de si «se puede» o «no se puede».

—¿Ha hecho la Iglesia suficiente pedagogía para explicar bien el alcance del capítulo dedicado a los divorciados?

—Esto nos toca a todos, a los obispos, los sacerdotes, los profesores, los matrimonios. Va un poco lento pero se está haciendo. A mí me han invitado a distintos lugares para dar conferencias. Quizás debería hacerse más porque este documento no es solamente el capítulo octavo, sino que hay una riqueza muy amplia. Pensemos en la pastoral matrimonial y familiar; cómo tiene que reorganizarse, cómo tiene que pensarse hoy que se casa menos gente, que muchos viven juntos sin casarse. Todo eso plantea a la pastoral matrimonial unas perspectivas nuevas y también el acompañamiento de los matrimonios. No dejarlos solos porque hoy cuesta mucho orientarse en una sociedad en el que el pansexualismo está de moda.

—¿No cree que la Iglesia se ha quedado sola en el apoyo de la familia?

—No debería ser. Pienso que hay instituciones que también defienden a la familia, pero se debería defender mucho más. El Concilio Vaticano nos dice una cosa muy importante y es que el bien de las personas, de la sociedad y de la Iglesia está en proporción directa a la salud del matrimonio y la familia. Nos jugamos mucho con el matrimonio y la familia. Si queremos que la gente sea feliz, hay que mostrarles lo maravilloso que es nacer en el seno de un matrimonio, en un íntima comunidad de vida y amor.

—¿Cuáles cree son hoy los peores enemigos de la familia?

—Son muchos. Yo diría fundamentalmente no ayudar a la familia. No potenciar, no tutelar la familia. Hay leyes que no son propensas, pensemos en la natalidad. Se ayuda a tener hijos en el matrimonio? Las leyes favorecen esto, las familias numerosas? SE ayuda a la madre al padre a la familia? Este pansexualismo, que el sexo sea banalizado en muchas situaciones entonces pierde su valor. El compromiso para toda la vida es difícil de asumir. Hoy hay miedo a comprometerse para toda la vida. Un amor si es auténtico es para toda la vida. Puede fracasar, no digo que no pero si hay un esfuerzo, perdón, un buscar de nuevo, un intentar de nuevo. Si los dos se esfuerzan se superan las dificultades. Todo eso va en contra de la familia, aunque hay muchas causas, sin duda.

Fuente: ABC.es

El austero rito de la paz en la Misa romana

Es característica esencial y propia del rito romano que la paz se intercambia después del Padrenuestro y -antes de la Fracción del Pan, según lo determinó en el siglo VI san Gregorio Magno.

El Sínodo sobre la Eucaristía, en el pontificado de Benedicto XVI, sugirió desplazar el rito de la paz romano para anteponerlo al Ofertorio, en vistas, sobre todo, a no perturbar el ritmo de recogimiento antes de la comunión, dados los múltiples abusos de este rito que se ha visto desbordado por efusividad y movimientos.

 Benedicto XVI recogió esta sugerencia en la exhortación Sacramentum Caritatis:

 "La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos” (n. 49).

Y en nota a pie de página, n. 53, escribió:

“Teniendo en cuenta costumbres antiguas y venerables, así como los deseos manifestados por los Padres sinodales, he pedido a los Dicasterios competentes que estudien la posibilidad de colocar el rito de la paz en otro momento, por ejemplo, antes de la presentación de las ofrendas en el altar. Por lo demás, dicha opción recordaría de manera significativa la amonestación del Señor sobre la necesidad de reconciliarse antes de presentar cualquier ofrenda a Dios (cf. Mt 5,23 s.): cf. Propositio 23″.

Han pasado los años, se consultó a los Obispos, y la Cong. para el Culto Divino emitió una Carta explicando el sentido de este rito de la paz, manteniéndolo en el lugar propio del rito romano -después del Padrenuestro- y recordando elementos muy básicos para su conveniente realización que se han ido olvidando.

Dice esta Carta (con fecha 8 de junio de 2014):

1. «La paz os dejo, mi paz os doy» [1], son las palabras con las que Jesús promete a sus discípulos reunidos en el cenáculo, antes de afrontar la pasión, el don de la paz, para infundirles la gozosa certeza de su presencia permanente. Después de su resurrección, el Señor lleva a cabo su promesa presentándose en medio de ellos, en el lugar donde se encontraban por temor a los judíos, diciendo: «¡Paz a vosotros!» [2]. La paz, fruto de la Redención que Cristo ha traído al mundo con su muerte y resurrección, es el don que el Resucitado sigue ofreciendo hoy a su Iglesia, reunida para la celebración Eucarística, de modo que pueda testimoniarla en la vida de cada día.

 2. En la tradición litúrgica romana el signo de la paz, colocado antes de la Comunión, tiene un significado teológico propio. Éste encuentra su punto de referencia en la contemplación eucarística del misterio pascual -diversamente a como hacen otras familias litúrgicas que se inspiran en el pasaje evangélico de Mateo (cf. Mt 5, 23)- presentándose así como el “beso pascual” de Cristo resucitado presente en el altar [3]. Los ritos que preparan a la comunión constituyen un conjunto bien articulado dentro del cual cada elemento tiene su propio significado y contribuye al sentido del conjunto de la secuencia ritual, que conduce a la participación sacramental en el misterio celebrado. El signo de la paz, por tanto, se encuentra entre el Pater noster -al cual se une mediante el embolismo que prepara al gesto de la paz- y la fracción del pan -durante la cual se implora al Cordero de Dios que nos dé su paz-. Con este gesto, que «significa la paz, la comunión y la caridad» [4], la Iglesia «implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental» [5], es decir, la comunión en el Cuerpo de Cristo Señor.

Visto el sentido, hermoso, hondo, de situar la paz dentro de los ritos de preparación inmediata a la sagrada comunión, hay que cortar los excesos y abusos.

Un rito que es espiritualmente significativo se ha ido convirtiendo en algo parecido a “un recreo” durante la Misa, saludando todos a todos, moviéndose, haciéndose interminable, y en ocasiones, abandonando el sacerdote u obispo el mismo altar para dar la paz indiscriminadamente.

Ni ése es el sentido ni ésa es la costumbre romana de nuestra liturgia, siempre sobria y elegante.

El rito de la paz expresa la comunión fraterna entre los miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, antes de recibir su Cuerpo en el Sacramento.

No es, desde luego, momento de saludarse y charlar, ni de dar el pésame en un funeral o entierro, ni de felicitar a los novios recién desposados…

Es otro el sentido; y por ello, ha de ser otro el modo real de dar autenticidad a ese rito, despojándolo de todo lo que se le ha revestido últimamente y que desdice del decoro y del orden en la liturgia.

Para una digna realización del rito de la paz en la Misa, que refleje la verdad de lo que se hace -la paz de Cristo- y se evite lo que lo desfigura (meros saludos y abrazos sin más, intentando saludar a todos), la Congregación para el Culto divino, con carta de 8 de junio de 2014, ha recordado lo que ya estaba marcado.

Recoge citas del Misal romano y, explicando el sentido de este rito, recuerda cómo hay que realizarlo y cuáles son las maneras defectuosas que se han introducido.

6. El tema tratado es importante. Si los fieles no comprenden y no demuestran vivir, en sus gestos rituales, el significado correcto del rito de la paz, se debilita el concepto cristiano de la paz y se ve afectada negativamente su misma fructuosa participación en la Eucaristía. Por tanto, junto a las precedentes reflexiones, que pueden constituir el núcleo de una oportuna catequesis al respecto, para la cual se ofrecerán algunas líneas orientativas, se somete a la prudente consideración de las Conferencias de los Obispos algunas sugerencias prácticas:

a) Se aclara definitivamente que el rito de la paz alcanza ya su profundo significado con la oración y el ofrecimiento de la paz en el contexto de la Eucaristía. El darse la paz correctamente entre los participantes en la Misa enriquece su significado y confiere expresividad al rito mismo. Por tanto, es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar “mecánicamente” a darse la paz. Si se prevé que tal intercambio no se llevará adecuadamente por circunstancias concretas, o se retiene pedagógicamente conveniente no realizarlo en determinadas ocasiones, se puede omitir, e incluso, debe ser omitido. Se recuerda que la rúbrica del Misal dice: “Deinde, pro opportunitate, diaconus, vel sacerdos, subiungit: Offerte vobis pacem” [8].

b) En base a las presentes reflexiones, puede ser aconsejable que, con ocasión de la publicación de la tercera edición típica del Misal Romano en el propio País, o cuando se hagan nuevas ediciones del mismo, las Conferencias consideren si es oportuno cambiar el modo de darse la paz establecido en su momento. Por ejemplo, en aquellos lugares en los que optó por gestos familiares y profanos de saludo, tras la experiencia de estos años, se podrían sustituir por otros gestos más apropiados.

 c) De todos modos, será necesario que en el momento de darse la paz se eviten algunos abusos tales como:

- La introducción de un “canto para la paz”, inexistente en el Rito romano [9].
- Los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz.
- El que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a algunos fieles.

- Que en algunas circunstancias, como la solemnidad de Pascua o de Navidad, o durante las celebraciones rituales, como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el Matrimonio, las sagradas Órdenes, las Profesiones religiosas o las Exequias, el darse la paz sea ocasión para felicitar o expresar condolencias entre los presentes [10].

d) Se invita igualmente a todas las Conferencias de los Obispos a preparar catequesis litúrgicas sobre el significado del rito de la paz en la liturgia romana y sobre su correcto desarrollo en la celebración de la Santa Misa. A éste propósito, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos acompaña la presente carta circular con algunas pistas orientativas.

7. La íntima relación entre lex orandi y lex credendi debe obviamente extenderse a la lex vivendi. Conseguir hoy un compromiso serio de los católicos de cara a la construcción de un mundo más justo y pacífico implica una comprensión más profunda del significado cristiano de la paz y de su expresión en la celebración litúrgica. Se invita, pues, con insistencia a dar pasos eficaces en tal materia ya que de ello depende la calidad de nuestra participación eucarística y el que nos veamos incluidos entre los que meren la gracia prometida en las bienaventuranzas a los trabajan y construyen la paz [11].

Termina el documento expresando el deseo de que se dé difusión amplia a esta normativa y se vaya implantando en todas partes para un fiel desarrollo de la liturgia, ordenado y espiritual.

 Por tanto, y en síntesis:

Igual que es propio del Rito bizantino (divina liturgia de s. Juan crisóstomo) celebrar tras el iconostasio y realizar la Gran Entrada con el pan y el vino que reciben una veneración proléptica… así, igual de propio, es en el Rito romano la Paz entre el padrenuestro y la Fracción.

Ahora bien, cumplamos las normas del Misal:

a) No es obligatorio el intercambio de saludos
b) Se hace con moderación, sólo a los que están al lado

c) No hay “Canto de paz”; se hace en silencio y de manera ágil, sin que parezca el recreo después de clase.

d) El sacerdote espera -¡lo dice el Misal!- a que se acabe el osculum pacis para comenzar la Fracción y se cante el Agnus Dei.

Fuente: P. Javier Sánchez Martínez/Infocatolica.