Friday, January 8, 2016

Los tipos de silencio en la Misa, por el P. Javier Sánchez Martínez

El cultivo del silencio en la acción litúrgica favorece la sacralidad del rito, su profundidad y su verdadera participación plena, consciente, activa, interior y fructuosa.

“Pastoral” será también el trabajo educador en torno al silencio ya que muestra la Presencia de Cristo propiciando la respuesta de fe; en palabras de Juan Pablo II:

“Puesto que la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: «Es el Señor» (Jn 21, 7). Nada de lo que hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental” (Juan Pablo II, Carta Vicesimus Quintus Annus, n. 10).

Los momentos de silencio prescritos -es decir, obligatorios- que el Misal romano señala son:

"Debe guardarse también, en el momento en que corresponde, como parte de la celebración, un sagrado silencio. Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran. Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada" (IGMR 45).

Son silencios de diversa naturaleza y, por tanto, dirigidos al interior de manera distinta. Sus claves son diferentes a la hora de vivirlos.

ACTO PENITENCIAL:

En el acto penitencial y tras el “Oremos” de la oración colecta, es un silencio de recogimiento. Entramos en lo interior para formular nuestra petición evitando dispersarnos, distraernos. En el acto penitencial, el recogimiento se vuelve una humilde súplica de perdón y de reconocimiento de la propia debilidad, para después, en común, pedir perdón al Señor.

COLECTA:

El “Oremos” de la oración colecta es una invitación para que, recogiéndonos, formulemos cada uno nuestra súplica personal al Señor, nuestras peticiones concretas, en el momento de celebrar la Santa Misa. La oración que el sacerdote pronuncia después de este silencio recoge o recolecta todas nuestras peticiones personales.

LECTURAS, HOMILIA:

Un silencio de meditación, naturalmente breve para no desfigurar la naturaleza comunitaria de la liturgia y el ritmo mismo de la celebración es el silencio después de la lectura o después de la homilía. Aquí se medita lo escuchado, pasándolo al corazón y a la memoria, de manera que asimilemos cuanto la Palabra de Dios ha proclamado y se convierta en algo nuestro, se encarne en nuestro existir. En silencio ha de ser escuchada esta divina Palabra que desde los cielos sigue proclamando el Padre por su Hijo.

COMUNIÓN:

Un silencio orante, de adoración y de acción de gracias, se produce tras la comunión, es decir, tras la recepción del Cuerpo eucarístico del Señor. Es el momento personalísimo de encuentro con Cristo en el corazón, adorando su Presencia real, dándole gracias por su amor y misericordia, uniéndonos a Él para vivir en Él. Será, en proporción, un silencio que tampoco rompa el ritmo comunitario como una larguísima pausa, sino proporcionado, como el silencio después de la homilía.

SACRISTÍA:

Por último, un silencio de preparación, aquel que debe reinar tanto en la iglesia como en la misma sacristía y que dispone a la persona a pasar del trasiego de la actividad a centrarse sólo en la acción sagrada, con el suficiente sosiego, paz e intención clara de glorificar al Señor.

Fuente:
Javier Sánchez Martínez, sacerdote de la diócesis de Córdoba, ordenado el 26 de junio de 1999. Ha ejercido el ministerio sacerdotal en varias parroquias, en el Centro de Orientación Familiar de Lucena (Córdoba) y como capellán de Monasterios. Ha predicado retiros, tandas anuales de Ejercicios espirituales a seglares y religiosas e impartido diversos cursillos de formación litúrgica; asimismo ha publicado artículos en distintas as revistas y colaborado en radio y TV locales.Licenciado en Teología, especialidad liturgia, por la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid), es vicario parroquial de la Trinidad de Córdoba, profesor del I.S.CC.RR. "Victoria Díez" y miembro del Equipo diocesano de Liturgia. Autor, editor y responsable del Blog Corazón Eucarístico de Jesús, alojado en el espacio web de www.religionenlibertad.com

Tuesday, January 5, 2016

El altar como fuente de luz, por el P. Fortea

Los que seguís este blog desde hace veinte o treinta años sabéis lo importante que es para mí el altar. En verdad que me siento un servidor del altar. Pues bien, por fin, he puesto en el convento del que soy capellán un crucifijo que llevaba largo tiempo diseñándolo.

Una cruz gótica, repleta de perlas, gemas y oro. Con una impresionante imagen de marfil. Bien es cierto que nada de todo esto es auténtico, con lo cual el precio es económico. Sea dicho de paso, los curas que queráis un crucifijo así, escribidme a fort939@gmail.com y os diré donde podéis conseguir que os hagan otro igual.

Si os fijáis en las fotos que pongo más abajo, esta cruz está diseñada para que los fieles también puedan ver al crucificado mientras hacen su oración en la iglesia y durante la misa.

Durante la misa, me gusta levantar la mirada y encontrarme con la figura de Jesucristo a la altura de los ojos. Las velas que veis no están colocadas por razón de ninguna festividad especial. Todos los días celebro con esas velas. Me gusta que desde todos los lugares del templo se vea el altar como una "fons lucis", fuente de luz. Ahora que en las iglesias han retirado las velas naturales, compenso esta carencia colocándolas en el lugar de más honor y en abundancia, pero con armonía; no una mera acumulación. Los cirios sobre candelabros siguen siendo seis como manda el misal. Las otras velas menores están como ornamento, para inundar de luz el ara.

Y digo inundar de luz, porque me gusta que en el presbiterio reine una cierta penumbra para que las velas resalten. Además, desde hace una semana, desde el momento de la epíclesis, una campana resuena desde dentro de la clausura y las luces se apagan, dejando el altar sólo con la luz de las velas para el gran misterio de la consagración.

Las dos fórmulas de la transubstanciación las digo a la luz de las velas. Al alzar la forma consagrada, tres o cuatro monjas tocan a la vez sus campanas. Y desde ese momento en que se alza a Cristo, en que aparece Cristo a los ojos, las luces del presbiterio se van encendiendo de forma gradual, es como un amanecer. Eso se debe al tipo de bombillas que usamos. El efecto es impresionante.

El último cambio que he hecho en este tiempo de Navidad ha sido que en el reclinatorio donde comulgan los fieles, dos señoras se colocan en cada extremo sosteniendo un lienzo blanco por las cuatro puntas. El mensaje es claro: ninguna partícula debe perderse. Mientras tanto, dos hombres sosteniendo cirios plateados me flanquean.

Jesús se merece todo esto y mucho más. Nada de insulsas sencilleces que sólo demuestran falta de amor. Todo altar debería ser precioso. En todos los estilos y en todas las estéticas, pero deberían ser verdaderamente hermosos.






Sunday, January 3, 2016

Primeras comuniones: ¿por qué no a los siete años, o incluso antes, si los niños saben lo que hacen?, por el P. Jorge González

No sé en otras diócesis, pero en Madrid, lo más común, es que los niños reciban su primera comunión en cuarto curso de primaria, es decir, entre los nueve y los diez años, y después de cursar tres años de catequesis, tras los cuales la inmensa mayoría desaparecen hasta vaya usted a saber cuándo.

En las parroquias, por la cosa de llevarnos todos bien, intentamos llevar esto a rajatabla por la cosa de tratar a todos por igual y que nadie se sienta ni discriminado ni privilegiado, lo cual acaba en una injusticia peor. Me explico.

El Decreto general para la aplicación del sínodo diocesano de Madrid recoge los “requisitos” para que los niños sean admitidos a la primera comunión:

“Los niños bautizados en la infancia son admitidos a la primera comunión cuando: conocen las oraciones básicas del cristiano y son capaces de dirigirse confiadamente a Dios Padre, a Jesucristo y a la Virgen María; conocen los contenidos esenciales del Mensaje Cristiano, de modo que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad; han sido iniciados en la participación en la liturgia dominical y pueden recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción; han aprendido a valorar su incorporación a la comunidad eclesial, en la que están recibiendo la catequesis y continuarán su formación cristiana”.

Bien. Supongamos una familia de esas que no faltan a misa un domingo bajo ningún concepto, niños que asisten a la misa dominical desde chiquitines y a los que se ve perfectamente educados en la fe y sabiendo lo que se hacen, que rezan, que van conociendo el bien y el mal, que sabes que sus padres los están acompañando en la fe. ¿Qué problema hay en que esos niños puedan comulgar desde los siete años? Me lo expliquen.

El problema es que hay mucho miedo a que nos vengan con eso de que en la Iglesia tenemos que ser todos iguales, porque no es verdad. Cómo va a ser igual esa familia que no falta jamás un domingo a misa, que lleva una vida cristiana al menos en lo que a práctica se refiere, con unos niños que con cinco, seis añitos se saben las oraciones, asisten piadosamente a misa, van a rezar con los papás y los abuelos, que con esa otra que después de que llevo diez años en la parroquia acude al despacho y aún me pregunta que si soy el párroco. No necesitan todos la misma aspirina.

Ahora que está tan de moda eso de personalizar, me temo que tendremos que hacerlo en catequesis. Hay niños que no saben qué es una cruz ni han escuchado jamás el nombre de Jesús, familias que, viviendo en el territorio de la parroquia, me piden visitar el templo que ¡después de seis años de su dedicación! aún no conocen. También hay niños que acuden a misa con sus padres los domingos y a veces hasta los días laborables, que se acercan a la capilla de adoración perpetua, familias de misa diaria, misa dominical, adoración. No necesitan la misma catequesis unos que otros. Y me imagino que tendrá que ser el párroco el que decida, sabiendo que tendrá que cosechar quejas justo de los más alejados que pretenden una catequesis rapidita y que hasta a lo mejor se plantean la comunión por lo civil.

Nos tocará discernir a los sacerdotes de la misma manera que el médico pone tratamiento personalizado a cada enfermo o un buen maestro intenta apoyar individualmente a cada alumno. Pero eso de tres años de catequesis para todos… no funciona. Y me temo que voy a empezar a discriminar: ¿por qué un niño de familia creyente y practicante, que reza, que asiste a misa, que sabe perfectamente distinguir la eucaristía del pan común, que podría perfectamente recibir la comunión con sus siete años, va a esperarse hasta los diez porque una inmensa mayoría no tenga ni idea? ¿Por qué privarle durante dos o tres años de la recepción de la eucaristía si nos creemos su valor? Algo falla. Habrá que tomar medidas.

Fuente: infocatolica.com

Matrimonio y comunión eucarística en países empobrecidos, por Ángel Arnáiz Quintana

A este paso, la Iglesia se vacía de pobres. ¿Cómo se puede negar el pan de vida a miles, millones, de campesinos del continente latinoamericano y de todo el mundo porque no tienen ese rito eclesiástico en su haber?

¿Cómo puede un presbítero negar la comunión a un enfermo grave de cáncer porque no ha realizado el rito del matrimonio de la Iglesia, siendo así que es un padre ejemplar y un esposo admirable?

¿Cómo se puede negar el pan de vida a miles, millones, de campesinos del continente latinoamericano y de todo el mundo porque no tienen ese rito eclesiástico en su haber, siendo así que son padres y madres de familia que aman a sus hijos e hijas y se sacrifican por ellos, y como pareja son maravillosamente humanos?

¿Por qué se condena a matrimonios de emigrantes a quedar fuera de la comunión eucarística porque no tienen sus papeles de bautismo en regla y no se pueden casar por la ceremonia eclesiástica porque una guerra infernal, de hace años ya, les hizo que fueran bautizados y tengan problemas con su partida de bautismo que se ha perdido?

¿No puede una doctora, médico, comulgar el cuerpo sacramentado de Jesús cuando cumple llena de amor su trabajo con enfermos y es fiel en su matrimonio, aunque no se haya casado por la iglesia con el rito oficial por los motivos más diversos que pueda haber?

¿Dónde está el amor compasivo que Jesús proclamó como supremo mandamiento cristiano: sean compasivos como su Padre celestial es compasivo. ¿Dónde aparece el clamor de los profetas: conocimiento vivo, experimental, de Dios quiero, y no sacrificios (ritos litúrgicos hoy), misericordia en vez de holocaustos (leyes vacías de contenido humano)? ¿Dónde las bienaventuranzas?

Humillación tras humillación: una vida matrimonial, familiar, tan maravillosa en valores humanos y cristianos -no se desconocen los limitantes también de esta vida, claro- , no es digna de recibir el sacramento del amor de Jesús. No importa que haya un amor entregado, generoso, un amor fiel, sin otras relaciones, un amor permanente, vivido para toda la vida aquí en la tierra, esto es, las características del amor cristiano verdadero. Así les han tenido durante siglos: colonizados, humillados, marginados, y así se mantienen en lo más profundo quienes quieren ser fieles de la Iglesia.

Es más importante celebrar una ceremonia con la iglesia llena de flores, de músicos, de alfombras, de vestidos, de palabras, aunque la consistencia de ese amor ni se conozca. Vale más el rito que la vida probada de cada día.

¿Cómo no van a vaciarse las iglesias católicas en el mundo rural de todos los continentes si son considerados pecadores, o al menos, indignos de acercarse a comulgar? ¿Pero no fueron ellos los preferidos de Jesús de Nazaret? ¿No se dirigen a ellos antes que a cualquiera otros las bienaventuranzas? ¿No se rodeó Jesús de pescadores y gentes que no se habían casado ni siquiera por lo civil, que diríamos hoy? ¿No comía Jesús con los llamados pecadores? ¿No nos explicó el Apóstol que para ser libres nos libertó Cristo?

No nos extrañemos que las buenas gentes sean absorbidas por grupos religiosos que les hablan en directo a ellos y les reciben sin tantas trabas. La iglesia católica va a quedarse vacía de pobres a este paso, los preferidos de Jesús. Les hablo desde esta Centroamérica crucificada, desde un paisito pequeño El Salvador, pero es un clamor de todo un continente. No sean sordos a su voz.

Fuente: religiondigital.com

Saturday, January 2, 2016

Celebración de la Eucaristía en una zona rural de Perú, por César Luis Caro

Hay una serie de detalles que hacen que la celebración de la Eucaristía en nuestro país huayacho (Perú) sea deliciosa y curiosa a ojos españoles. Así que, antes de que me acostumbre del todo, me apetece contarlos, recordando cosillas que desde el principio me extrañaron, me hicieron sonreír o me emocionaron.

— Sobre la puntualidad:

Lo primero: la puntualidad (jeje). La misa “a las 7 de la noche” significa que será en la noche, es decir, cuando la gente ya ha regresado de su chacra, se ha bañado y ha cenado, y comenzará alrededor de las 7:30 o cuarto para las 8 hora peruana. Uno intenta, voluntarioso, llegar con antelación, y a lo más te encuentras a alguna viejita en la puerta de la iglesia, donde suele haber un poyete en el que el personal se va sentando a medida que va acudiendo, y allí nos saludamos, comentamos, etc.

— Los cantos:

- “¿Empezamos ya?”. – “Sí padrecito, ya no van a venir más”. El canto acá es mucho más importante que en España, no se concibe una misa sin cantar, así que previamente los agentes de pastoral han elegido las canciones, y las van anunciando para que la gente busque en el librito: - “El gloria el número 41”. Y todo quisque, muy serio con su cancionero (los que saben leer, claro), buscando y entonando.

— Todas las misas son de domingo aunque no sea domingo

Como lo habitual en la mayoría de las comunidades es que haya una Eucaristía al mes como máximo, todas las misas son de domingo: con gloria, credo, lecturas dominicales… y homilía. ¿Cómo va a haber una misa sin sermón? Impensable. Eso te obliga a prepararte y a predicar toditos los días. Voy dándome cuenta de que normalmente preparo ocurrencias que no les hacen risa, y en cambio otras palabras y expresiones arrancan del auditorio inesperadas carcajadas (he de aprender el humor de acá). Lo que no falla son los gestos chistosos, las tonterías que hago con la cara, los momentos en que más que un cura parezco un monologuista o un cómico (…).

— Las intenciones de misa:

Luego están las intenciones: a la gente le encanta que nombres sus muertitos. De repente te encuentras con una carrafilera de nombres (más que un equipo de fútbol, toda la liga completa…) que has de leer al principio de la celebración, en las peticiones y en la plegaria eucarística. Y en la consagración, cuando se elevan el pan y el vino, la gente musita alguna letanía como “Jesucristo entregado por nosotros”.

— Las ofrendas:

Las ofrendas son muy divertidas porque suele haber de todo, no solo monedas: pansito, fruta (es decir, plátanos), frejoles, yuca, chancaca… y muchas veces, una bolsita con huevos. Porque si se trata de compartir y uno no tiene mucha plata, pues trae productos de la tierra, las cositas con las que subsisten las familias si el precio del café se despeña.

— ¿Cuántos van a comulgar?

En el ofertorio siempre hay que pedir que “levanten su mano, por favor, las personas que van a comulgar”, porque en muy pocas capillas hay sagrario, de manera que no puede sobrar cantidad. Choca y sorprende que escasa gente se acerca a la comunión, y es porque muchos son convivientes, es decir, no están casados por la Iglesia y por tanto, como viven “en pecado”, no pueden compartir el Pan. Este es un asunto que me indigna y me entristece a partes iguales, y se merece otra entrada mientras el Papa escribe una encíclica fruto del Sínodo.

— La señal de la paz

El canto de la paz suele estar acompañado de palmas (como otros, y hay días que todos), y en los pueblos me dedico a pasar por los bancos y saludar uno por uno si me da tiempo. En Mendoza hay niños que suben al altar y me dan un abrazo con gran naturalidad y cariño.

— Contemplación después de la comunión

Después de la comunión, a menudo invito que “cerramos los ojos y hacemos un silencio para que cada cual en su interior le dé las gracias a Diosito”… y es impresionante qué capacidad de recogimiento tiene la gente. Toditos con los ojos cerrados, se escucha algún grillo en la noche o el rumor de una quebrada cercana, que son como adornos a este precioso silencio. El ratito suele acabar con la oración “Alma de Cristo”.

— Al finalizar la misa

Tras el “Pueden ir en paz”, casi siempre hay unos cuantos recipientes de agua que voy bendiciendo mientras se canta la copla de despedida (me pregunto qué hará la gente con ella), y a veces otros objetos como medallas, cuadros, imágenes, lápidas y cruces de cementerio (¡!), rosarios, abrebotellas de San Juditas, figuras del belén (en cualquier época del año), llaveros, etc. Bendices como quien come pipas.

Y cuando ya ha acabado todo, resulta que nadie se mueve de su sitio. A mí al principio eso me agobiaba un poco y me daba vergüenza (“¿pero qué pasa, esta gente no quiere irse…?”), toititos ahí callados, sentados viéndome quitarme los trapos. Pero es porque ahorita nos quedamos conversando sobre la marcha de la comunidad (catequesis, la liturgia de los domingos…) y problemas del pueblo; y a veces se invita al mismo tiempo a un cafesito, que es la manera sencilla de decir gracias, la palabra que más sobrevuela cada día nuestro Perú.

SOBRE EL AUTOR:

Nació en Mérida en 1970. Salesiano durante catorce años. Licenciado en Química y en Antropología Social y Cultural. Ordenado sacerdote en el año 2000 y desde 2004 miembro del presbiterio diocesano de Mérida-Badajoz. Trabajó durante diez años en el mundo rural extremeño. Allí descubrió el Movimiento Rural Cristiano, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y, sobre todo, el Evangelio hecho vida concreta en la sencillez. En 2014 fue enviado como misionero a Perú, a la diócesis de Chachapoyas, a la parroquia de Rodríguez de Mendoza, que comprende la provincia entera del mismo nombre. Son 12 distritos y más de 100 pueblos en total. Forma parte del equipo de tres sacerdotes misioneros.